Arcadi Espada-El Mundo

LAS FOTOS de la grúa que se lleva el cuerpo en piedra de Antonio López y López, primer marqués de Comillas, hasta el lazareto donde compartirá jergón con otros malvados, singularmente, un Franco sin cabeza. Cientos de ciudadanos, buena gente, graban en sus teléfonos la ejecución póstuma. Plácido país, plácida ciudad, donde los ahorcamientos con grúa solo afectan a las estatuas. A pesar del avance civilizatorio circula un aire de obscenidad en la fiesta que la alcaldesa Colau ha organizado para llevarse de la plaza al Negrero. Porque solo debe haber dos modos de arrancar los honores de piedra de las calles. El primero es la revolución. El segundo es la discreción. El primero lo protagonizan las multitudes enfurecidas. El segundo lo organizan los gobiernos. Entre la revolución y la discreción solo están las hipocresías del festejo. La habitual lanzada a moro muerto de la izquierda tricoteuse. La calcetada como calçotada. La revolución, que se quedó de piedra.

Sin embargo, repitámoslo, todo es producto del inmenso progreso. Leo en El País de ayer que uno de cada tres plenos del ayuntamiento de Madrid se ha dedicado a la memoria histórica. Es perfectamente normal. A qué van a dedicarse. Su programa político jamás podría aplicarse a nada tangible. Algo similar ocurre con la huelga convocada para el día 8, meramente fantasmática, lacaniana, de esas mujeres haciendo huelga de sí mismas. La democracia y el triunfo del liberalismo socialdemócrata han pulverizado cualquier vínculo de la izquierda con la realidad. La izquierda femenina protesta por la brecha salarial; pero no sabe qué hacer con la correlativa estadística que dice que en el año 2016 en España (último año del que hay datos) el 93% –el 93– de los muertos en accidentes laborales son hombres. La izquierda pétrea ha perdido sucesivamente todas y cada una de sus revoluciones contemporáneas. Solo puede ganar el pasado, a costa, obviamente, de su manipulación. Hay que ser comprensivo con sus pornográficas kermeses, con sus huelgas que huelgan. Es su imposibilidad de hacer leyes. A aquella cíclica pregunta que a veces planteaban las viejas revistas, «¿Qué supone ser hoy de izquierdas?» solo puede responderse: «La pérdida del sentido».

Entre las innumerables ventajas que esto conlleva está la desaparición correlativa de la derecha. La evidencia de que izquierda y derecha solo sirven hoy para La Gran Coalición, fondue.