Ignacio Camacho-ABC

De la rebeldía institucional a la revuelta callejera. Todo movimiento de independencia acaba en proceso revolucionario                        

Cambio de fase. De la rebeldía a la revuelta. De las instituciones a la calle. Los soberanistas empiezan a comprender que han perdido el referéndum, o que lo van a perder porque el Estado, acelerando su trantrán, ha desmontado al fin la mesa de los trileros, les ha incautado las papeletas y se ha llevado presos a unos cuantos de ellos. Faltan por confiscar las urnas pero acabarán apareciendo. De modo que los insurrectos han pasado al plan B, el de la agitación callera, tan vistosa para abrir los noticieros. Y en esta tarea, delegada en las plataformas que organizan la Diada y en los borrokitas de las CUP, cuentan también con la experta colaboración de las diferentes marcas de Podemos. Para la gente de Pablo Iglesias, incómoda en la rutina institucional, una oportunidad de movilizarse nunca llega en mal momento.

Esa batalla, la de la propaganda y la comunicación política, quizá la pierda el Estado, como casi todos los duelos mediáticos. Las masas en las calles resultan mucho más fotogénicas que los ministros en los telediarios. Pero ahora el Gobierno sólo tiene que vencer en el pulso de autoridad; podría intentar algo más para no quedarse descolgado pero es demasiado tarde para luchar por el relato. Para lo que ha empezado a hacer, que consiste en restablecer la legalidad en medio de una rebelión, tampoco es temprano. Sólo que más vale tarde siempre que no afloje el brazo. A estas alturas no va a convencer a nadie más en Cataluña, donde la posverdad nacionalista ha triunfado al presentar a Rajoy como un trasunto de Franco. Así que ya no le queda más opción que ejercer la ética de la responsabilidad en el sentido weberiano.

El presidente quería eludir el Artículo 155 para evitar lo que de todos modos ha acabado pasando. También para no descolgar al PSOE, que no sabe dónde colocarse sin quedar a contramano. Sánchez tiene un conflicto entre instinto y deber; aborrece demasiado a Rajoy para verse obligado a apoyarlo, y trata de hacer fintas y equilibrios sin entender que éste no es tiempo de funámbulos. A su favor, y al del Iceta, hay que consignar la resistencia cívica de los alcaldes del PSC, que aguantan ante las turbas radicales el duro tirón de sentirse señalados. Su papel de dique antisecesionista es fundamental porque en territorio catalán apenas hay ayuntamientos del PP ni de Ciudadanos.

Al final, el Gabinete está aplicando el 155 por tramos. Y tendrá que ir a más porque los indepes van a tratar de esconder la derrota en un motín tumultuario, justo lo que el marianismo pretendía esquivar con su famoso planteamiento proporcionado. Quizás el propio Puigdemont quede pronto sobrepasado, incapaz de controlar la situación, emparedado entre la calle y los juzgados. Hay un principio histórico elemental que los soberanistas han desdeñado, y es que todo movimiento de independencia deriva siempre en un proceso revolucionario.