La segunda vida de Pedro Sánchez

LIBERTAD DIGITAL 20/06/17
CRISTINA LOSADA

· Este segundo Sánchez parece que va en busca del tiempo perdido.

Me ha gustado que Óscar Puente, nuevo portavoz de la Ejecutiva del PSOE, transmitiendo, supongo, la filosofía de la vida de quienes acaban de tomar las riendas del partido, dijera lo siguiente: «Somos optimistas, tenemos una fe ilimitada en el ser humano y su capacidad para cambiar». No se refería al PP ni al presidente Rajoy. Hablaba de Podemos y de Ciudadanos, y expresaba así su confianza en que dejen a un lado su manifiesta y manifestada incompatibilidad para los acuerdos de altos vuelos y se unan a la misión de llevar al PSOE al Gobierno. Me gustó, no porque fuera desproporcionada la declaración para el asunto del que trataba ni porque bebiera de aquel optimismo antropológico de Zapatero, de aciago final. Es que no se dio cuenta Puente, pero la capacidad de cambio del ser humano, al menos del ser humano político, la tenía ejemplificada en su jefe, Pedro Sánchez.

No diré que Sánchez ha dado giros copernicanos, porque para eso tendría que haber tenido posiciones desde las que girar. Y esas posiciones no fueron claras antes, en su primera vida como secretario general, ni lo son ahora, en su segunda vez. Es verdad que ha pasado de aquella superbandera de España a la plurinacionalidad. O de aquel » mestizaje ideológico» que predicó cuando su fallida investidura al «Somos la izquierda» que ahora preside los cónclaves socialistas. Pero la impresión es que ni en lo de antes ni en lo de ahora hay una particular consistencia. Tomemos, por ejemplo, ese «Somos la izquierda». Induce a preguntarse: ¿y qué eran antes? ¿Qué eran, en concreto, cuando Sánchez fue su líder por primera vez? Sabemos que ese lema obedece a Podemos, a la competencia por la marca izquierda con los de Iglesias, pero ¿no es un poco humillante tener que decirlo? Tener que decir: «Oigan, hay unos por ahí que dicen que son la izquierda, pero no les hagan caso: la izquierda somos nosotros».

Sospecho que esta redefinición del PSOE, tan superflua como superficial, va a poner muy contentos a los ideólogos a la violeta que siempre saben cómo tiene que ser la izquierda, y siempre lamentan que no sea como tiene que ser. Para eso están ellos, para definir la ortodoxia, certificar la pureza, fijar el canon y cobrarlo, que también. Aunque también puede que el «Somos la izquierda» –que, ya puestos, era mejor el «Somos quien somos» de Celaya– dure menos que cualquier lema publicitario de una marca comercial. Mucho menos que aquel entrañable «La chispa de la vida», que rezumaba aún más optimismo, y con más burbujas, que la declaración de fe del portavoz.

Es un exceso de optimismo creer que, seis años después del 15-M, puede tener éxito, y sentido, que Sánchez intente atraer a los que gritaban que los partidos parlamentarios no les representaban. Aquella ocupación de plazas tuvo lugar bajo un Gobierno socialista, pero, sobre todo, ¿no es un poco tarde? En esto, como en otras cosas, este segundo Sánchez parece que va en busca del tiempo perdido.

El mismo empeño de volver atrás asoma en su intención de lograr un pacto con Podemos y Ciudadanos a la vez. Pretende conseguirlo poniéndolos a dialogar de forma permanente «para que vean que hay acuerdos posibles», según dijo Puente. Suena a «vamos a enseñar a dialogar a los peques». Y suena a la canción de marzo. A la de marzo de 2016. Al intento fallido de Sánchez, candidato a la investidura, por atar un pacto de Gobierno con Podemos cuando ya lo tenía con Ciudadanos. Para mí que, en su euforia por haber recuperado la secretaría general que perdió, Pedro Sánchez cree que también tiene una segunda oportunidad para hacer lo que no pudo hacer hace un año. Con otro guion, menos líneas rojas, peor aritmética parlamentaria y mucho optimismo. Me da que su libro no va a ser el tiempo recobrado.