Miquel Giménez-VOZPOPULI

Comienza el juicio con Puigdemont pululando en una entrega de premios de cine, amenazando con una DUI y diciendo que la culpa de todo se la achaquen a él. Podría venir a Madrid y decirlo en el Supremo

 

Cuando Quim Torra entró en la sala donde se celebra el juicio a los golpistas, lo presos se giraron para saludarle entre sonrisas. Todos, menos Junqueras, que permaneció mirando al frente, sin mover un solo músculo de la cara. El líder de Esquerra ha mantenido la misma actitud durante la sesión de este martes, aperitivo del plato fuerte que comienza hoy miércoles con su declaración ante el tribunal. Junqueras siente una profunda animadversión contra Puigdemont, contra Torra y contra la neoconvergencia. Asegura que ninguno ha hecho nada para favorecer la suerte de los presos, responsabilizándolos de la prisión preventiva por la fuga del de Waterloo, las declaraciones incendiarias de Torra y las salvajadas cometidas por los CDR. “Han calentado el clima político de tal forma que no ha habido manera de encauzar el juicio de manera serena”, dice muy enfadado con sus antiguos socios.

Junqueras se sabe solo y boicoteado por aquellos que, en principio, deberían ser los primeros en defenderle. La estrategia de Puigdemont pasa por hacer que el juicio sea lo menos importante, para así restar importancia al papel de los presos y, de paso, disimular

a los ojos de su parroquia que quien debería estar allí sentado como el primero se encuentra instalado en la vida muelle de señorito en Waterloo. Él no puede perdonar eso, y los otros nunca le perdonarán al republicano que se quedase, que afrontase su responsabilidad y que lleve mamándose año y mucho en la cárcel. Es el eterno problema de los neoconvergentes. Son de derechas, muy de derechas, tanto, que las opiniones de Jordi Pujol o Marta Ferrusola respecto a los andaluces, por citar un solo ejemplo, no tienen nada que envidiar a las que hace Marine Le Pen de los inmigrantes árabes en Francia.

Junqueras se mantiene impávido, serio, casi inaccesible. Las cámaras así nos lo han mostrado

Por si fuese poco, las encuestas que circulan privadamente en Cataluña indican que Esquerra queda por encima del PDeCAT en las próximas municipales, y ya hay quien hace números pensando en esas generales que se perfilan en un futuro inmediato. Junqueras se mantiene impávido, serio, casi inaccesible. Las cámaras así nos lo han mostrado. El chaparrón de fake news que se vierte sobre el juicio parece no salpicarle. Ni relatores, ni observadores internacionales ni nada que no sea una defensa puramente política le perturban. Ayer ya se perfiló que, mientras los del PDeCAT optan por una estrategia más técnica, jurídicamente hablando, los de Esquerra buscan un confrontación ideológica. Traducido al román paladino: los exconvergentes intentarán escaquearse con todas las triquiñuelas legales posibles mientras que los republicanos aprovecharán para hacer del juicio una plataforma desde la que afirmar su independentismo. O, lo que es lo mismo, los republicanos pretenden hacer del proceso un envite a España mientras los otros se darán con un canto en los dientes si resultan absueltos.

Esto se notó mucho ayer en los pasillos del Supremo, porque son dos concepciones del separatismo diametralmente opuestas. Convergencia jamás buscó otra cosa que ser la dueña del cortijo con el beneplácito de un Estado comodón, que remoloneó lo indecible cuando debía haberse mostrado firme. Aún viven, mentalmente hablando, en aquellos tiempos dorados en los que, entre Pujol y Duran Lleida, se compadreaba con el gobierno de turno. Su error es no calibrar que tal proceder forma parte de la historia.

Vivimos épocas turbulentas en las que la confrontación entre el populismo y la democracia se dirime de manera dura

Vivimos épocas turbulentas en las que la confrontación entre el populismo y la democracia se dirime de manera dura, y el regateo cortoplacista no tiene lugar. No basta con decirle al juez que ara no toca, porque sí que toca, toca aplicar el Estado de derecho. Siendo los dos bandos separatistas de ideas, neoconvergentes y republicanos, los segundos tienen al menos un mérito y es que no arrastran la tremenda losa

 
 

de 40 años de corrupción sistematizada al servicio de un partido, de unas cuantas familias, de unos bolsillos poco honorables.

Este juicio puede muy bien ser la puntilla definitiva a los herederos de Pujol y el espaldarazo definitivo para que sea ERC la heredera de aquellos gobiernos monolíticos a los que nadie osaba toser desde Madrid. Flaco consuelo para los constitucionalistas catalanes que ya ven con temor como lo único a lo que pueden aspirar es a ver una mudanza de collares. Y eso no lo solucionará ni el juicio, ni la ley ni siquiera el enfrentamiento entre las dos caras de la misma moneda separatista.

Dicho lo cual, insistimos, encontramos más digna la postura de unos que la de los otros. Porque en tu adversario hay que saber reconocer la dignidad. Lástima que desde Bélgica no sepan hacer lo propio.