ARCADI ESPADA-El Mundo

En el Proceso participaron dos (arque) tipos provisionalmente antagónicos. Una Boya y un Esteve. El tipo Boya es más conocido. Pertenece a este partido antiburgués, la CUP, que pactó con la burguesía nacionalista. Burguesía y nacionalismo son sujetos de un considerable embarazo para un partido revolucionario, por más que se trate de un desecho de tienta de la historia de la revolución. A cambio de unas cuantas subvenciones para comprar sus cupas menstruales y de tener acceso al foco mediático, el partido de Boya ha cumplido el encargo básico del nacionalismo, que ha sido el de mantener bajo control las extremidades inferiores del Proceso. A esa juventud entusiasta, por decirlo en la prosa falangista que tan bien les encuadra. Su rol histórico quedó perfectamente descrito en el único momento que tuvo interés del retórico sketch de propaganda que sus abogados prepararon con el asentimiento, aunque impaciente, del juez Marchena. Boya dijo que la noche del 20 de septiembre, frente al departamento de Economía, se subió al techo de uno de los Patrol de la Guardia Civil. Fue una lástima que no detallara con qué trabajos, aunque una vez allí parece que sí temió que el techo cediera.

– Bajo mi peso.

Se había subido porque algunas fierecillas entusiastas amenazaban la noche y entre los pactos firmados con sus burgueses está el principal de controlar el grado de ebriedad de los cachorros. Boya subió a decirles que no podían ir más allá de la desobediencia civil activa, ese tipo de sintagmas donde no puede encontrarse una letra que no sea farsa. Para lubricarlos pensó en el humor y empezó así:

– ¡Ajajá cachorritos! [licencia del poeta] –y aún resoplaba… ¿A que a muchos de vosotros os gustaría estar encima de un Patrol de la Guardia Civil? [textual]

Lástima que nos hurtara si los niños le dieron un largo síííííí a la payasa. Prosiguió.

– ¡Yo tengo la suerte de poder hacerlo!

La suerte de poder hacerlo, dijo la Boya.

Este juicio impagable.

No lo describió textualmente, pero es fácil imaginar lo que siguió. Si sois buenos y os mantenéis en la desobediencia civil activa algún día subiréis a un Patrol de la Guardia Civil, con la satisfacción del indio que arranca una cabellera. Del indio catalán, matizo, que solo arranca peluquines. Y luego, en vez de entrar en esta Sala camino de la cárcel, entraréis como testigos. Hala, pues, a dormir la mona.

El otro tipo que hizo esto fue Esteve. Esteve es director del Gabinete Jurídico de la Generalidad. Se mostró como un hombre realmente escrupuloso. El poder puede ejercerse de dos modos. Un modo es el de Pedro Sánchez, el único hombre que ha entendido correctamente el estado de indigencia moral de gran parte de los españoles. Cuando se observa lo que ha hecho con el cadáver de Rubalcaba, poniéndole de sudario (con el asentimiento de todos, salvo el del muerto) un obsceno cartel electoral (en la alta noche del 26 el cínico confesará a sus íntimos: mirad cómo Rubalcaba ha conseguido ganar al fin unas elecciones), se comprende lo que significa desconocer el escrúpulo. El caso Esteve es distinto. En estos años su empeño ha sido que todas las maniobras ilegales de la Administración catalana quedaran inscritas en la más estricta legalidad. Esto puede parecer difícil, pero se ha de tener en cuenta la ayuda jurisprudencial que ofrecen los jueces alemanes de entreguerras. Estamos ante un hombre que dijo haber cumplido y animado al cumplimiento de todas las instrucciones judiciales tendentes a evitar el referéndum. Salvo una, que es la resolución del Tribunal Constitucional que declaraba ilegal el referéndum. Aunque es lógico, porque de haberla cumplido maldita la gracia alemana.

A la martirizada Madrigal, que es la fiscal que le interrogaba, se le ponían exoplanetarios los ojillos cuando oía decir a Esteve, no privado además de esa rábula arrogancia que distingue a los de su clase:

– Si después del 6 de septiembre hubiese advertido o hubiese tenido conocimiento de alguna actividad administrativa ilegal que pudiera comportar un reproche penal, yo hubiera advertido a los miembros del Govern y seguramente lo hubiese puesto en conocimiento de la autoridad judicial.

Seguramente. Tanto escrúpulo y tanto mírame y no me toques y pillarse al fin los dedos por un adverbio viscoso.