LUCÍA MÉNDEZ-EL MUNDO

AYER madrugué más de lo habitual. A decir verdad, me costó pegar ojo pensando en que este viernes, aleluya, podría consultar online la tesis del presidente del Gobierno. Desplazarme a la Universidad Camilo José Cela para leerla en papel –como hubiera sido mi deseo, ya que soy del plan antiguo– me venía fatal. Así que me planté delante del ordenador esperando el advenimiento de la tesis. Doctoral. Tuve que esperar varias horas, casi mordiéndome las uñas, hasta que saltaron las alertas de los medios. Con campanillas, exclamaciones. «Última hora. La tesis del presidente ya está disponible en PDF. Consúltala aquí». Por fin.

En mi condición de periodista, he nacido, crecido y me jubilaré rodeada del síndrome Watergate. Lo da el oficio. Todos llevamos dentro un Ben Bradlee o un Bob Woodward. Queremos tumbar a un presidente. En su defecto –que estas cosas no son fáciles–, nos conformamos con que los ministros, ministras, y políticos en general tiemblen a nuestro paso y se acojonen cuando anunciamos una portada embargada. Puesto que llevo ya 28 años en este diario, sé de lo que hablo. Mejor dicho. Creo saberlo.

Las noticias sobre el doctor Sánchez –disparadas por el cañón Rivera– llevaban adrenalina y venían con el tañido fúnebre del plagio y del negro. Lo tenemos. Después del copieteo que tumbó a Carmen Montón, llegaba la hora del intrépido. Por algo no había querido él que leyéramos su tesis. Por si pillábamos el pastel.

Doctores tiene la prensa que le han pasado a conciencia el escáner a Pedro. Adiós Watergate. Yo, que carezco de doctorado, de preparación en materia de Turnitin o PlagScan, y de criterio para juzgar la obra doctoral, quise leer las 342 páginas. Con todo respeto hacia el presidente, me aburrí como una ostra y no pude llegar al final.

Y eso que entendí el texto a la perfección. Un dato sospechoso. Cualquiera sabe que lo ideal y cum laude de cualquier trabajo superior es que resulte ininteligible para los simples mortales. Si cualquier lector lo entiende todo, malo. Eso es que la tesis no es muy allá.

Conclusión. La tesis del profesor Sánchez, ahora presidente del Gobierno, es mejorable. Igual tendría que dimitir por eso. Pido disculpas por adelantado. Yo no lo creo. Como tampoco creo que Pablo Casado tenga que dimitir por haber mordido la manzana envenenada del turbio Álvarez Conde. Incluso –en el colmo del atrevimiento– dudo sobre la renuncia de Carmen Montón. No sabría decir por qué. Pero me veo una periodista algo rara.