ARCADI ESPADA-EL MUNDO

EL DOMINGO estuve viendo un partido de fútbol por televisión. Poco antes de que acabara la primera parte hubo un encontronazo en el área y dos jugadores cayeron al suelo. El árbitro no dio especiales muestras de inquietud hasta que le dijeron al oído que fuera a ver la filmación de la jugada, como ya estaba haciendo media España. Accedió. Y se fue hacia la banda dibujando un rectángulo en el aire con los dedos. Como el que va a Delfos, aunque algo más facilito, pensé. Allí estuvo unos segundos viendo lo que otros ojos habían visto. Y confrontándolo, supongo, con lo que habían visto los suyos propios en el campo. El maravilloso y demasiado crédulo pleonasmo: «¡Lo vi con mis propios ojos!». El privilegio que distingue al árbitro del mero espectador.

De vuelta del VAR, que así llaman a la ampliación de estudios, pitó penalty. Me indigné. Aquello no era penalty de ningún modo. En primer lugar por la nacionalidad –el modo justo de llamar a los colores– del perjudicado. Y luego porque para dictaminar sobre la confusa jugada no bastaba con deconstruir los movimientos: debía juzgarse la intención y, vistas las filmaciones, quizá solo el árbitro, allí encima, con la vista y el oído disponibles, salpicado de barro, sudor y lucha, podía aportar una decisión concluyente. Es obvio que si el árbitro hubiera visto intención habría señalado penalty de inmediato. Sin embargo, cobardemente, como un gobernante español cualquiera, se dejó llevar.

Lo puramente extraordinario sucedió a continuación. Ni uno solo de los perjudicados hizo el más leve gesto de protesta. Está cantado que sean caballeros del honor, no benditos. Sé que de nada habría servido la protesta, como en la antigüedad no servía cuando el árbitro tomaba su decisión a pelo. Pero la bovina resignación ante la máquina de tanto fiero tatuado me conmovió. No dejé de advertir en ella un rastro de superstición como el que ha arruinado la vida de tanto nerdo sometido por el algoritmo. Pero enseguida me dio muchos ánimos. Si el Estadio es lo único que cuenta en nuestra época, y aún más: si todo es ya Estadio, solo podemos mirar el futuro con gran optimismo. Desfilen por la máquina Trump, Bolsonaro, López Obrador, Salvini y El Valido. La Posverdad ha muerto, viva la Vardad.

Pero ya veo reaccionar a los relativistas. Solo ahora comprendo el fondo alternativo y la razón profunda de esa propuesta nacionalpopulista que pretende que no se contabilicen los goles en el fútbol. Vardad para qué, dice siempre Lenin.