Lacito feroz

DAVID GISTAU-EL MUNDO

La reacción de la prensa orgánica a las bravatas de Torra me recordó una deliciosa escena de humor involuntario de El patrón del mal, la serie colombiana sobre Escobar. El narco llama por teléfono al oficial que dirige su búsqueda y le dice que lo va a matar, que matará a su esposa, que matará a sus hijos y que, si su señora madre ya está muerta, la desenterrará para matarla de nuevo. Al otro lado del teléfono, el oficial permanece un instante en silencio y pregunta: «¿Me está usted amenazando?».

Torra cogió las propuestas mendicantes de Sánchez, las arrojó al suelo y las pisoteó como si fueran las gafas de Woody Allen en Toma el dinero y corre. Luego expresó propósitos pendencieros que no incluyen desenterrar a la madre de nadie, pero sí reanudar el golpe, abrir las puertas de las cárceles, hostilizar a la parte desechable de su sociedad con asistencia de una policía política, convocar marchas de inspiración mussoliniana y colapsar Cataluña hasta que la independencia sea un hecho. Después de hacer la exégesis de la arenga pronunciada junto a los fuegos de campamento por semejante petit caporal carlista, los analistas gubernamentales comunicaron la buena nueva de que no había una sola amenaza que lamentar ni por la que inquietarse. Que el camino abierto por la sapiencia de Sánchez hacia un nuevo abrazo de Genovés con La Derecha fuera de plano sigue imparable su curso. Y que si es usted de naturaleza recelosa y puede llegar a preocuparse por el hecho de que el presidente de la Generalidad mantenga su Parlamento clausurado como en un autogolpe y, mientras lo jalean, diga cosas que rozan la declaración de guerra, entonces mire fijamente este péndulo, mire este péndulo, mire este péndulo, y cuando Sánchez diga Franco, Franco, Franco, caerá usted en una grata desconexión con la realidad en la cual sólo existe el confeti de las aldeas liberadas del fascismo y una profunda felicidad popular sugestionada por decreto.