Carlos Yárnoz-El País

 Tres semanas después del 21-D, el consenso es otro: la solución, si llega, solo será posible con nuevos protagonistas

Para alborozo de unos y depresión de otros, el consenso en la noche del 21-D fue que todo seguía igual. Han bastado tres semanas, sin embargo, para percatarse de que ha cambiado todo. Algunas cosas para mal, o sea, para peor, como la constatación de que en Cataluña no saben cómo gestionar los votos ni en Madrid el post-155. Otras son positivas, como la dimisión del otrora astuto Artur Mas, primer responsable de partir en dos su tierra y a quien le ha birlado el partido su desleal y fugitivo delfín.

  A la vez que los anuncios de medicamentos contra el colesterol y la gripe sustituyen en masa a los impostados reclamos sobre perfumes, las amargas revelaciones sobre el procés remplazan a las mieles electorales de diciembre. Ahora resulta que los apóstoles del no menos impostado derecho a decidir no saben qué hacer con sus votos porque no tienen proyecto ni líder.

La soterrada pugna por ese liderazgo es ya estos días una guerra a cielo abierto entre dos personajes que nos descubren desconcertantes limitaciones para dirigir una próspera región de Europa. En semanas, Puigdemont ha dilapidado el prestigio europeísta catalán y ha vilipendiado a la UE porque no le presta “atención y respeto”. No lo conseguirá pidiendo su investidura telemática, un experimento inédito en el planeta.

Enclaustrado en su realidad virtual, no menciona que Ciudadanos fue el partido más votado en un análisis electoral para Político, pero se permite añadir que, “aparentemente”, el Gobierno español no respeta los resultados.

Junqueras, por su parte, se ha destapado como un místico iluminado más que como futuro molt honorable. Lo ha hecho al alegar su fe cristiana para ser excarcelado, confundiendo al Supremo con la Moreneta. O al escribir en Elnacional.cat que la confianza en la soberanía “sólo puede fundamentarse (en la tradición cristiana) en la certeza del amor infinito de Dios”.

En Madrid, mientras, queda acreditado estos días que Rajoy no tiene un plan para esa comunidad, que a estas alturas debe ser para España entera, porque son los españoles en su conjunto los que necesitan otro marco para que los nacionalismos dejen de amenazar su estabilidad y su seguridad.

Junto con Artur Mas, en la balanza del haber está el examen de conciencia de la izquierda, castigada por sus incoherentes veleidades con los independentistas. Así se entiende que, desde el 21-D, sus líderes han estado ausentes del debate catalán. Empiezan a asimilar, por fin, que no se puede ser de izquierdas (igualdad y solidaridad) y nacionalista (diferencia y exclusión).

Todo ha cambiado. Tres semanas después del 21-D, el consenso es otro: la solución, si llega, solo será posible con nuevos protagonistas. Los actuales ya han hecho suficiente daño. Para alborozo de unos y depresión de otros.