José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

Lo que ocurre en Cataluña es una réplica de su propia historia, y el mejor cronista de lo que sucede es el insigne y desaparecido historiador Vicens Vives con su obra ‘Noticia de Cataluña’

Los diarios de la Ciudad Condal, en su edición de papel, fueron este miércoles muy expresivos. ‘El Periódico’ tituló a toda página “Los CDR llevan el caos al centro de Barcelona” y ‘La Vanguardia’, a cinco columnas, “Batalla campal en Barcelona”. La alarma por los sucesos, claramente vandálicos, que acontecieron en la noche del martes y la madrugada del miércoles, no era un artificio engañoso de la prensa madrileña —especialmente de la que se alinea con la derecha— sino de los medios más referentes de Cataluña.

Y es que esos titulares sobre “el caos” y la “batalla campal” en las calles de la capital catalana no solo responden a la realidad de lo que sucedió sino también a una reverberación histórica muy presente en las clases ilustradas del país, aquellas que conocen, por estudios o por transmisión oral de los miedos a los diablos familiares, el pasado catalán.

 El separatismo en Cataluña desde principios del siglo pasado ha sido un movimiento colonizado por el anarquismo, que contemporáneamente representan los grupos ‘antisistema’, aquellos que, como las infecciones oportunistas en organismos con bajas defensas, provocan auténticas sepsis sociales y políticas de carácter oportunista.

El proceso soberanista hace tiempo que se escapó de las manos de los que lo impulsaron y ha derivado en otro errático y esquizofrénico (se trata de destruir el sistema desde las propias instituciones) que causa una profunda lesión a todos los intereses de Cataluña (sociales, económicos, culturales, afectivos) y atenta contra la convivencia tanto entre los catalanes como entre estos y el resto de los españoles. Además, ya ha sido fagocitado por intereses conniventes con el independentismo.

En ese magna desordenado en el que impera la idiocia política de un hombre menor pero nefasto como Quim Torra —ventrílocuo del huido en Waterloo—, se ha infiltrado la veta reventadora del sistema, que ya se ha llevado por delante a la burguesía barcelonesa, que era el genuino poder en Cataluña, siempre alejada de otro, del que ostenta el Estado y que la idiosincrasia catalana comprende mal y maneja peor. Así le ha ido.

El proceso soberanista ha denigrado la reputación de las instituciones históricas del autogobierno catalán y ahora aspira a instalar la protesta callejera mediante ese oxímoron inaceptable de la ‘violencia pacífica’, que ya se encargan determinadas minorías radicalizadas en simbiosis finalista con el separatismo de llevar a una práctica y que en las primeras décadas del siglo pasado condujo Cataluña a ese ‘caos’ que se vivió hace 24 horas en el centro de Barcelona. Y que dispone de todos los rasgos revolucionarios que los restos de la alta mesocracia del país han identificado con un miedo paralizante.

Hay que auxiliarse de la historia para entender, al menos en parte, lo que ocurre en Cataluña. Nada mejor que echar mano de ‘Noticia de Cataluña’ (*), de Jaume Vicens Vives, que —como otros ilustres pensadores y humanistas catalanes— cobra aquí y ahora una especial vigencia. Vicens Vives escribió en esa obra de culto: “El hecho de que Cataluña haya vivido en los cinco últimos siglos —exactamente, desde 1462— 11 revoluciones de importancia general (…) es un récord de cierta entidad. Castilla solo ha conocido nueve; Francia, siete; los Países Bajos, cuatro, e Inglaterra, tres”. El autor documentó en su obra, fechándolos, esos hitos revolucionarios, situando cronológicamente tres en la Cataluña del siglo pasado: 1909, 1934 y 1936-39. Es muy posible que estemos estos días quizá desde hace más tiempo ante la duodécima revolución catalana.

¿Por qué esta pulsión de un sector importante de la ciudadanía de Cataluña a la convulsión social y política, por otra parte reiteradamente fracasada? Nos lo aclara Vicens Vives: “Cuando nos hemos cerrado en banda, no ha sido posible avanzar ni retroceder. Nos hemos obcecado y nos hemos preparado para dar las coces de la `rauxa´. Esto ha sido un mal a lo largo de nuestra vida colectiva, porque ha sido una actitud contraria a nuestra tradición pactista y ha preparado el advenimiento del todo o nada”.

No acaba ahí el insigne historiador: “Mucho más grave todavía, porque desde un punto de vista político, generalmente, hemos dicho ¡basta! en el peor momento, cuando la coyuntura nos era desfavorable, cuando había pasado el punto dulce de nuestra fuerza o de nuestra razón. Tiene la culpa de esa falta de acierto, sin duda, el debilitamiento del `seny´ en las clases dirigentes. Sin embargo, es un hecho característico sin el que quedaría incompleta la explicación de las principales facetas de la mentalidad catalana”.

En Cataluña, y lo digo con el respeto que merecen sociedades que albergan un complejo de irredentismo insuperable, no se ha sabido a lo largo de siglos traducir en una fórmula socio-política sólida y permanente la ‘voluntad de ser’ que, también según Vicens Vives, es su “móvil primario”. Aunque cabría suponer que la época histórica más fértil ha sido la de su autogobierno al amparo de la Constitución de 1978 que la propia sociedad catalana propulsó. De nuevo, como si Sísifo fuese catalán, el logro se despilfarra consumándose esta nueva revolución posmoderna, réplica sísmica de un buen pueblo con la pésima suerte de contar con dirigentes inadecuados en los momentos cruciales de su historia.