Las dimisiones no son para el verano

EL MUNDO 22/06/17
JORGE BUSTOS

Una semana después de la emoción de censura el Hemiciclo experimentaba ayer una cierta descompresión. La oposición montaraz ya se vació y la Meseta gime bajo un sol fundente: las revoluciones no son para el verano. No es que no se pidieran dimisiones, pero se piden sin esperanza, como ese whatsapp juguetón que se manda a las cinco de la mañana. Solo ‘Gaby’Rufián le echó algo de entusiasmo al papel, quizá porque no le dejaron hablar en la censura y las ganas le reventaban la sisa de la chaqueta. No negaremos a Rufián que le pone a su oratoria tanta voluntad como a su alimentación: «Señor Zoido, dimita por miserable y vuelva al Ayuntamiento a casar a Fran Rivera y a poner calles a las Vírgenes». Marchando colesterol retórico. La presidenta Pastor, compadecida, le dio la oportunidad de retirar el insulto autocalificativo, pero el muchacho no es de esos que aprovechan así como así las oportunidades que la vida le ofrece de parecer alguien distinto de quien es. Salvo una: la de cobrar por sacudirse el complejo de charnego subiéndose al carro indepe. Esa la cazó al vuelo, y del vuelo a la cazuela cada fin de mes.

De la portavoz debutante Margarita Robles se esperaba mayor vibración noesnoísta. ¡Ni siquiera pidió la dimisión de don Mariano! Se limitó a preguntarle por la anulación de la amnistía y a ordenarle que le escuchara bien, fíjese lo que le digo, atienda, con ese taladrante timbre Rottenmeier al que nos habituó Rosa Díez. Rajoy contuvo un bostezo y dijo que él acata las sentencias, no las valora. Cuando Baldoví le enumeró razones para su dimisión, el presidente replicó con sorna: «No me ha convencido». Como el propio Baldoví temía, Rajoy se siente fuerte tras superar la censura con más apoyo del que mereció su investidura: gentileza de Iglesias, que esta vez pasó desapercibido salvo para apoyar a los concejales imputados de Carmena. Robles, por cierto, escuchó de los suyos ovaciones de un entrañable fariseísmo, porque en privado muchos de su bancada exhiben el mismo grado de adhesión que los chiíes a los suníes. Oyendo su lamento boliviano a cuenta de las acuñaciones jurídicas de Lastra –quien por lo demás gastó mesura en su pregunta–, uno se pregunta si todos los escaños socialistas votarían a favor de Sánchez en una moción de censura con Podemos y los separatistas. Ojo con eso, don Pedro.

Pero la diana sobre la cabeza la sujetaba Montoro. No es que le sorprendiera: «Lleva pidiendo mi dimisión 20 años, pero cuanto más la pida usted, menos me puedo ir», le espetó a su némesis Saura. Don Cristóbal hace esfuerzos por controlarse, pero a la tercera petición de que se vaya se le nubla la hipófisis fiscal. Pierde la sintaxis, el turno corre, Pastor le corta el micro y a veces le hace un favor. Salvo cuando no se le oyó recordarle a doña Robles que ella estaba en el poder –subsecretaria de Justicia y secretaria de Estado de Interior– cuando las amnistías socialistas. Entonces no le parecerían tan injustas. Pero la mejor intervención la hizo Girauta porque combinó el reproche con la propuesta. Hilvanó una pieza de literatura oral que llamaba a paliar mediante bajadas de impuestos el amargo contraste entre el palo al contribuyente medio y la zanahoria para el tramposo de élite. Mayoral intentó decir lo mismo pero le salió rusificado y vintage, rollo 1917.

Rivera planteó la convocatoria del pacto antiyihadista y Sáenz de Santamaría recogió el guante. Luego, en los pasillos, el líder de Cs envió un mensaje a Sánchez: para tejer bucles de cordones sanitarios que no cuente con él. Con quien debería contar es con Errejón, al que ha robado todas las ideas para su Partido Sanchista Obrero Errejonista: desde la plurinacionalidad hasta la verticalidad orgánica, pasando por la alternancia de calle e instituciones. De modo que don Íñigo, con su camisa azul por dentro y sus chinos beige con cinturón, era el miércoles por la mañana la viva imagen de la melancolía: nunca al ideólogo de dos siglas ¿distintas? se le pagó con tanto olvido.