ABC-IGNACIO CAMACHO

El espacio común desde el que triunfó un proyecto mayoritario se está fragmentando no en dos sino en tres pedazos

LA quiebra de los bipartidismos, un fenómeno común a casi toda Europa, es la consecuencia imprevista del triunfo del paradigma socialdemócrata, asumido en sus postulados esenciales por la derecha liberal, democristiana y conservadora. La célebre premisa de Hayek se cumplió algunas décadas más tarde, cuando la extensión del Estado del bienestar eliminó gran parte de las barreras ideológicas obligando a la izquierda a tratar de reinventarse mediante el feminismo, el ecologismo y otras fórmulas diferenciales más o menos exitosas. Pero la crisis de 2008 rompió la confianza social en el sistema y lo abocó a un cambio de trayectoria; de los escombros de la devastada prosperidad económica surgieron fuerzas anticonvencionales y rompedoras, populismos que apedreaban el escaparate de la mentalidad biempensante en boga y señalaban al statu quo como responsable de la bancarrota.

Los valores políticos vigentes hasta la primera década del siglo han sufrido un cataclismo. La corrección que uniformaba el pensamiento dominante se ha hundido. El triunfo de Trump, del Brexit o del antieuropeísmo italiano es el reflejo de un cansancio masivo ante los discursos de unos partidos tradicionales anclados en sus arquetipos. En España sólo Podemos había irrumpido como catalizador de la frustración a través de una propuesta radical inspirada en el tardomarxismo, pero en el lado contrario del espectro comienza a buscar cauce un malestar explícito. Hay una cierta derecha saturada de moldes buenistas que también quiere cuestionar el orden establecido y que ve en el PP una traición a sus principios y en Ciudadanos una ambigua carcasa de acomplejado moderantismo.

El avance de Vox en las encuestas define esa voluntad de propinar una patada a la mesa. Muchos electores conservadores consideran que sus representantes clásicos se han resignado a asumir la hegemonía moral de la izquierda. Hay una corriente de opinión seducida por el canto de sirena de un programa extremista y arriscado que promete acometer por las bravas algunas cuestiones muy complejas –desde el chantaje nacionalista y el desparrame autonómico hasta las leyes de género y la invasión de las pateras– y a su manera sugiere una refundación del régimen constitucional a base de mano dura y firmeza. Entre trescientos y quinientos mil españoles, hartos del arrinconamiento de sus ideas, están dispuestos a pasarse el voto útil por el forro y darse el gustazo de llevar a las urnas la destemplada expresión de su protesta.

Así, el antiguo espacio común sobre el que Aznar levantó un proyecto mayoritario está a punto de fragmentarse no en dos sino en tres pedazos, justo cuando Sánchez empieza a reagrupar bajo su mando al sector adversario. La verdadera herencia del marianismo consiste en un vacío de liderazgo. Y tal vez haga falta una derrota para que este centro-derecha atomizado se reconstruya desde el fracaso.