ARCADI ESPADA-EL MUNDO

Mi liberada:

En enero de 1918 Ramón Menéndez Pidal escribió una carta a El Sol en protesta por que el periódico diera el nombre de América Latina a una de sus secciones de política internacional. El filólogo creía que ese nombre desleía la presencia española en el continente. Elvira Roca (Imperofobia, pag. 413) data la acuñación en 1856 y señala dos candidatos: el filósofo chileno exiliado en Francia, Francisco Bilbao, y el poeta colombiano José María Torres Caicedo. El sintagma arraigó por el interés de Francia y de la política expansionista de Napoleón III: latina colaba la influencia francesa, que se reducía a Haití y parte de las Antillas. Sin embargo, que el nombre surgiera de dos americolatinos simboliza la complacencia general de las élites del continente para con la marca. Al subsumir la abrumadora importancia del origen ganaban soberanía y formalizaban su trato edípico con la Madre Patria dando a luz a una nueva criatura. Menéndez Pidal destacaba, entre sus múltiples argumentos, que los americanos del sur no recibieron su lengua del Lazio sino de España. Mariano de Cavia, que terciaría al día siguiente en el mismo periódico, recordaba cómo el escritor y político romántico portugués Almeida Garrett sostenía que los portugueses podían llamarse perfectamente españoles porque España era un nombre geográfico. La dirección de El Sol, en aquel momento a cargo de Félix Díaz, Heliófilo, contestó a estas objeciones con un gran realismo, argumentando que los pueblos iberoamericanos se sentían fecundados por mil leches. En realidad, decía simientes. Y antes de anunciar que, a pesar de todo, cambiarían el nombre de la sección y la llamarían Ibero-América, concretaban el que, a su parecer, era el origen del problema: «Ni nuestros pensadores ni nuestros prelados ni nuestros políticos han hecho esfuerzo alguno por dar valoración universal al iberismo». Heliófilo era el que más cerca estaba de advertir que respecto a Iberoamérica o Hispanoamérica, América Latina era una emancipación.

Un siglo después América Latina ha completado satisfactoriamente su viaje. Ya no es que el sintagma enmascare lo español sino que resueltamente lo expulsa. Solo así se explican las críticas que han recibido los MTV Video Music Awards por haber premiado a Rosalía en el apartado latino. Críticas como las que hace poco soportó la edición mejicana de Vogue cuando dedicó su portada a la cantante (fotografiada por Peter Lindbergh) símbolo de esos 20 cantantes latinos que, según cuentas de la revista, han puesto a bailar el mundo. A propósito de los MTV decía Billy Nilles tabloid: «Hay un océano entero entre ella y las personas latinas, que ciertamente no son monolíticas. Pero su innegable privilegio eurocéntrico significa que hay mucha experiencia de vida que ella nunca compartirá con los cantantes colombianos y puertorriqueños con los que trabaja desde hace solo un año». En la NBC, algo así como la Sexta, un Eric Duran ponía el dedo en la llaga de los graves problemas identitarios de la cantante: «Rosalía, originaria de Barcelona, puede considerarse hispana debido a su idioma español (a pesar de que el idioma en su región es técnicamente el catalán). Y aunque España y América Latina comparten muchas similitudes en cultura e idioma, la cantante no es latinox [adjetivo sin género] por definición». Observarán de paso lo que este Duran ha resuelto así, de un papirotazo. Ni propia ni autóctona: el catalán es la lengua técnica de Cataluña. Me gusta.

Este tipo de comentarios, que van a reproducirse corregidos y aumentados el 17 de octubre en Hollywood cuando Rosalía gane alguno de los AMA latinos para los que está nominada, no discuten que la hija de Sant Esteve Sesrovires haga música latina. Billboard, canónico semanario, ya ha sentenciado que una canción latina es aquella que lleva al menos el 51% de palabras en español, lo que deja en graves problemas a Pérez Prado, maaaammbo, pero salva a nuestra anómica princesa. (Casi siempre la salva, porque Fucking money, justamente cantada en catalán, la identifica irrevocablemente como una cantante sesrovira). Ahora bien, que haga música latina no quiere decir que sea latina: por su privilegio eurocéntrico. Así la colocan, pobrecita, en el limbo de alguien que hiciera rock y no pudiera ser rockero o que hiciera flamenco sin poder serlo. Lo más interesante del caso, sin embargo, es el definitivo desgajamiento del idioma del ser: dejaron de ser españoles hablando español y ahora son latinos sin hablar latín. Como cualquiera sospechará yo estoy encantado con esta escisión. Siempre defendí que tenía mucho que ver con Montaigne y mucho menos con un camarero puertorriqueño. Y muy poco también, aunque no sé exactamente, con Carlos Slim, que ha mantenido fieramente su latinidad contra todo privilegio eurocéntrico. Si la lengua española es un idioma importante es porque ya no designa mecánicamente una identidad. Hablando español se puede ser cualquier cosa; y una de ellas, y notoria, antiespañol: lo que evidentemente no sucede con el catalán o el vasco, que son lenguas que no han perdido todavía la placenta. Por lo demás, si es que Rosalía tiene capricho –aunque más parece firme e indiferente como un roble– no va a dejar fácilmente de ser latina. Una que lleva los cafés en el edificio del Times repitió el otro día en su twitter el balido: «Rosalía es europea. Rosalía no es latina», sin atender a la temible lógica de que Rosalía es europea por ser latina. ¡Azares de la etimología, siempre colonialista! Lo que debería decir esa es que Rosalía no es latina latina y así hasta El Valido la entendería.

No hay debates lingüísticos. Cuando se habla sobre la lengua siempre se habla de otra cosa. En este caso, además, la discusión sobre el llamarse o no latino apenas oculta la verdadera intención de los querulantes contra Rosalía: denunciar a la europea por apropiación cultural. Rosalía no podría cantar como los latinos porque no vive (no sufre, más bien) las privaciones de los latinos. Eso es exactamente lo que quieren decir los privilegios eurocéntricos. Algo parecido se dijo y aún se dice en el flamenco cuando se pone como condición del cante el haber pasado hambre. Una cláusula realmente tenebrosa que indica que el hombre saciado matará al arte, pero que está inscrita de distintos modos en la visión romántica del artista: para ese tipo de enfurecido diabólico, si no hay hambre que al menos haya morfina o absenta, sucedáneos. No es la primera vez que acusan a Rosalía de ladrona. La primera en hacerlo debió de ser Mala Rodríguez (que actúa, por cierto, el 5 de octubre en Cádiz como telonera de la gran Luna Ki, apunta), una gitana que fue al Bronx y a Harlem y les robó el rap y ahora denuncia, tan puesta en su condición, que la de Sesrovires le ha robado la flamenquería. Detrás de lo que con el habitual retorcimiento eufemístico llaman apropiación cultural no hay más, en fin, que los viejos y putrefactos asuntos del racismo y la xenofobia, que no cambian su naturaleza y su mala intención por más que los practiquen los humillados y los ofendidos, sean presuntos o no. Y hay algo más, y lo que les resulta verdaderamente intragable. El caso, por ejemplo de aquel Dylan de 19 años, escúchalo, cuya niñez parecía mecida en una cabaña de Tennessee por Bessie Smith, y que en realidad era nieto de judíos del Este de Europa, comerciantes de bata gris. Y va y reinventa el folk, el country rock y el blues de un golpe. Y es que lo intolerable, reconocedlo, no es que se lo apropien sino que os lo devuelvan mejorado aquellos que no podrán jurar nunca por la leche que mamé.

Sigue ciega tu camino.

A.