ARCADI ESPADA-El Mundo

Un comandante de la Guardia Civil habló ayer durante tres minutos, pero no había nadie. Es extraño, una sala tan vivida. La palabra del comandante ya había tenido interés cuando aludió a su análisis deductivo de las comunicaciones entre el consejero Forn y el mayor Trapero. Al comandante la unidad de criterio y de conducta entre los políticos y los mandos de la Policía le parecía demostrada. Pero los tres minutos estuvieron a salvo de interpretaciones. Puro oro fáctico.

Las grabaciones de las comunicaciones entre mossos y su centro de mando de las que dispone la Guardia Civil prueban, según este comandante, que el 1 de octubre los movimientos de la Policía Nacional y de la Guardia Civil fueron vigilados por la policía autonómica. «Estas órdenes tuvieron que ser dadas verbalmente», decía. Las comunicaciones recordaban «que esa instrucción que se había dado» tenía prioridad sobre cualquier otra. El comandante detalló que se siguió a convoyes, se dieron los números de placas de matrículas de vehículos camuflados e incluso, aunque raramente se enviaron fotografías de los vehículos policiales. La declaración, muy articulada, recordaba que esas órdenes provenían de la Sala Regional de los Mossos, y que «esa voz no dejaba de ser la voz de mando».

Entre las instrucciones destacaba una que pretendía evitar la transmisión de enfermedades: y es que encarecían a los Mossos que no apareciesen junto a policías y guardias civiles en ninguna imagen. Supongo que les incomodaría especialmente aparecer como postes de teléfono en el momento en que Policía y Guardia Civil estuviesen cumpliendo con las incómodas obligaciones de la ley. El comandante llegó a dar el detalle inolvidable de un mosso plantado en un colegio de La Jonquera que explicaba al centro de mando cómo lo tenía todo previsto. Y lo previsto era hacer un educado pasillo para que los policías pudieran acceder sin problemas a las urnas y una vez allí comprobaran que estaban atornilladas. Què bo, què bo! También, continuaba el mosso informante, tenían dispuestos a niños y viejos en primera línea para que una vez vapuleados lagrimeara Europa.

Hay que insistir en que la declaración del comandante no fue un quelqu’un m’a dit, sino el extracto de audios que cabe esperar puedan escucharse en la fase de prueba documental del juicio. Por lo demás, rebaten seriamente el testimonio aportado la semana pasada por el mayor Trapero, que negó la existencia de tales espionajes.

Pero ya digo que no había nadie.

El principal ausente, el que tenía que estar sentado en este banquillo y no en el de la Audiencia Nacional, es Trapero. Se supone que su abogada habría hecho preguntas de interés al comandante. Por contraste, ninguna de las defensas de los aquí procesados mostró el más mínimo interés en el testimonio. Es puramente sensacional, pero a ninguna defensa le importa la suerte de los Mossos. El interrogatorio al comandante del abogado, Melero, estuvo destinado únicamente a trazar su ya habitual cortafuegos entre Forn y el mundo. Al cortafuegos le habrá sido de gran ayuda la declaración de Trapero, que asumió la responsabilidad absoluta del dispositivo policial, calificándolo de idóneo, eso sí. Por lo tanto, a Forn le llegó como máximo alguna chispa de la declaración del comandante. Es un papel no demasiado agradecido el del ex consejero: pero a veces la libertad no llega por la épica, sino justamente por su mullida ausencia. En todo caso la dejación de los abogados está justificada. Decenas de admirables y conmovedoras películas de juicios han hecho correr la especie de que la verdad es el objetivo de su trabajo. Nada que ver. No digo que en alguna ocasión milagrosa un abogado no se haya topado casualmente con ella. Y estoy seguro de que, si la circunstancia se ha dado, el abogado la habrá observado con una curiosidad y atención infinitas, examinándola de arriba abajo y a lo ancho y largo, y dejándola luego en su sitio con un apreciable grado de precaución escéptica. Ninguna especie humana más desinteresada por la verdad que el abogado. Aunque imprescindible para fijarla.