SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO

Tengo desde hace tiempo a Arcadi Espada por uno de los más brillantes columnistas del periodismo español. A veces, también por un amigo. Y resulta que Espada se ha metido, no creo que inadvertidamente, en un jardín, cuando escribió una columna acerca de la comparecencia de Aznar sobre la financiación del PP. Criticaba el columnista los modos del diputado Rufián. Y la inadecuada respuesta del compareciente. Con estas palabras: «Aznar se equivocó con Rufián. A Rufián hay que contestarle en sede parlamentaria: “La polla, mariconazo, ¿cómo prefieres comérmela: de un golpe o por tiempos?”».

El Español, digital que dirige Pedro J. Ramírez, publicó el sábado una carta firmada por un número incierto de trabajadores/as de EL MUNDO a su director (que es el mío) censurando la columna de Espada e instando a tomar medidas no especificadas. No se conocen los nombres de los firmantes salvo uno: Lucía Méndez ha reivindicado su firma en un gesto pertinente. «Nadie enciende una vela para meterla bajo un celemín», escribió San Mateo, y nadie firma un manifiesto o una carta al director para que no aparezca su nombre. Y sería interesante que los abajofirmantes se identificaran. ¡Queremos saber!, que diría M. Milá.

Lo que me llama la atención del diario de Pedro J. es el empleo de la sinécdoque en los titulares: «La redacción de EL MUNDO censura la columna de Arcadi Espada…». Y en el subtítulo: «El equipo del periódico de Unidad Editorial envía una carta a la dirección…». Una parte, solo una parte. Citaré un precedente: el mismo día en que un director de EL MUNDO, David Jiménez, echó a Salvador Sostres tras una carta parecida de parte de la redacción, yo cenaba con Pedro J. Ramírez en casa de Ana Palacio. Y Pedro contó que él había recibido una carta análoga, firmada por un centenar de redactores, pero que no había hecho caso alguno: «La contratación o el despido de columnistas es facultad del director, no de una asamblea de redactores». Y a mí me pareció que tenía razón.

Pero vayamos al cogollo del meollo. La carta de un sector de la redacción acusa a la columna de Arcadi de «soez, grosera y homófoba». No entraré en los dos primeros calificativos por falta de espacio, pero ¿homófoba? ¿Es posible que 50 profesionales de la escritura no sepan distinguir el lenguaje figurado del recto? Hasta Rufián demostró más dotes para el distingo al responder en Twitter: «De un golpe, Arcadi». No me atrevo a pensar que alguno de los 50 justos titulase el lance: «Rufián sale del armario». Mucho menos aún: «Rufián quiere comerle la polla a Aznar ¡y de un golpe!».

¿El problema está en el aumentativo? ¿Si en vez de mariconazo hubiera escrito mariconcete sería más aceptable? Qué pena que Cela no llegase a dedicar un tomo de su Diccionario Secreto a términos como maricón o cabrón, no forzosamente insultantes. Antonio Burgos escribió en el Triunfo de los 70 una aportación a un diccionario sevillano-español en el que definía la voz hijoputa como mala persona. En cambio, hijo de la gran puta era: «Mi querido amigo, Antonio, hijo de la gran puta, cuánto tiempo sin verte». Arcadi, qué cabronazo.