Lo que viene

ABC 12/01/17
GABRIEL ALBIAC

· En Francia se va a jugar el escenario electoral de Europa. Todos sabemos que el viejo mundo ha muerto

LO de verdad alarmante no es que Marine Le Pen sea hoy, con entre un 26 y un 26’5 por ciento, la candidata presidencial mayoritaria en Francia. Lo de verdad alarmante es que esa intención de voto se dispare hasta el 50 por ciento entre los obreros, sobrepasando las más altas cifras del que fuera el partido «de clase» de esa franja, el PCF, en su momento de esplendor, allá por los años cincuenta y sesenta.

De todos los datos que la encuesta IFOP, publicada anteayer, pone ante los ojos, es este el que debiera ser tomado como síntoma de algo muy grave, de algo que retrotrae nuestro presente al de la Europa de los años de entreguerras: cuando un clima de desesperación popular impuso los fascismos como movimientos mayoritarios. Y nada, absolutamente nada, del mundo en el cual vivimos nos pone al abrigo seguro de un retorno a esa dinámica.

Nuestro siglo se ha abierto sobre la voladura del modelo político que, tras la Segunda Guerra Mundial, juzgábamos irreversible. O, más bien, lo fantaseábamos. Los juegos de alternancia entre derecha conservadora e izquierda socialista garantizaron más de medio siglo de sosiego. Y, con ello, un periodo de opulencia para Europa que la gran recesión se ha llevado consigo. En el naufragio completo de esperanzas verosímiles que se ha tragado a una franja esencial de los europeos, los más jóvenes, la tentación de esa calidez sentimental que ofrecen los discursos populistas tiene hoy un caldo de cultivo óptimo. Claro que, tras los discursos emotivos, la realidad retorna siempre. Lo sucedido en Centroeuropa a partir de 1934 no ofrece demasiadas dudas sobre los riesgos de ese desenlace. Pero eso sólo se percibe demasiado tarde.

Francia ha sido, desde el final del siglo XVIII, el preludio político de Europa. Sigue siéndolo. Y el desmoronamiento de la Vª República que fundó el General De Gaulle anunciará la resquebrajadura continental. Por eso nos concierne de un modo tan directo.

El sondeo IFOP no sólo vuelve a marcar el alza populista de Le Pen. Da otros datos complementariamente preocupantes.

–El primero de ellos, que Fillon es el peor candidato posible de la derecha para oponer una barrera al FN: demasiado ajeno a una laicidad que es parte de las convicciones políticas más asentadas del votante francés y carente de la firmeza de un Sarkozy ante estos duros tiempos que vienen. Su anclaje entre el 24 y el 25 por ciento, pese al empujón mediático de las primarias, nada bueno augura.

–El Partido Socialista se desmorona. El mejor de sus candidatos, Manuel Valls, apenas logra un 10,5 por ciento. Por debajo incluso de ese anacronismo andante que es Mélenchon. Si un milagro no lo remedia, el partido que creó Mitterrand a inicio de los setenta cerrará aquí su ciclo.

–La única fuerza emergente se llama Emmanuel Macron. Extraño personaje: brillante hasta el exceso, hijo del filtro formador del alto funcionariado, pero ajeno por completo a las rutinas de la política francesa. Fue el ministro de Economía que salvó al socialista Hollande de la bancarrota. Pero sus propuestas son hoy, punto por punto, coincidentes con las de la conservadora Merkel. Se ha negado a participar en las primarias de la izquierda. En rigor, Macron no pertenece ya a ese dispositivo topográfico. El margen entre el 17 y el 19 por ciento que le da la encuesta es pasmoso en alguien que fundó su partido hace apenas un trimestre.

En Francia se va a jugar, de aquí a la primavera, el escenario electoral de Europa. Todos sabemos que el viejo mundo ha muerto. Nadie se hace fantasías sobre el mundo que viene.