Logorrea castrista vs habano marianista

EL MUNDO 14/06/17
JORGE BUSTOS

Moción significa movimiento pero nada cambiará en España tras la moción de censura de Podemos al PP. Los primeros seguirán conformándose con el foco y los segundos con el poder. La jornada parlamentaria la clavó hace días doña Adriana Lastra: puede que Rajoy sea censurable, pero Pablo Iglesias no es presidenciable. Su programa es un refrito naif de muros de Facebook, propuestas ya recogidas por Hammurabi e ideas robadas a la oposición constitucionalista, cuando no aprobadas por el propio PP. Don Pablo perdió ayer la voz por un agudo ataque de castroenteritis –o logorrea cubana– no para presentar a los españoles una alternativa decente de Gobierno, sino para desaguar toda la frustración acumulada durante años de activismo universitario. Este martes Iglesias vengó a tanto nieto del 68 que nos daba su chapa en el aula auxiliar de la Complu pero nunca soñó con darla durante horas en el Congreso de los Diputados. Y eso ya no se lo quita nadie.

En esta vida se puede ser de todo (incluso comunista) menos un coñazo. Iglesias decidió no seguir este sabio consejo de Michi Panero y logró que los diputados acabaran rogando la entrada a caballo de Guardiola para disolver la soberanía nacional con tal de ahorrarse aquella tabarra de cátedro revisionista, de sobrevenido guionista del Ministerio del tiempo, siempre con el pasado por delante. Cargó don Iglesias contra el Marqués de Salamanca y contra Francisco Silvela–cuyo Arte de distinguir a los cursis le habría ahorrado muchas mofas a cuenta del cuadro flamenco que compuso con su amazona–, y de milagro no se remontó hasta Atapuerca, donde ya los homínidos de la casta antecessor desahuciaban de las cavernas a sus congéneres. El reparto de papeles estaba claro: Iglesias envió por delante a Montero en funciones de ariete y también de parapeto, para luego presentarse como líder sereno, enchaquetado y amigo de la socialdemocracia. La ventaja de encargar a una mujer el trabajo sucio es que cualquier contraataque puede convertir al crítico en reo de machismo, y a este blindado burladero se aferró doña Irene con el mismo celo que exhibe desde que su romeo en jefe defenestró a Errejón y la puso en su lugar. Es un sofisma nauseabundo que insulta a las partidarias de la meritocracia, pero vaya si funciona. Quien la denuncie arderá en la pira machirula.

El caso es que Irene estuvo mejor que Pablo. Disparató, mezcló el rencor puro con los hechos probados, pero dio a su público la clase de merca que le coloca. Es verdad que lo tenía más fácil que él: la moción en España es constructiva y destruir siempre entretiene más que construir, máxime frente a un PP que nunca supo limpiar su patente podredumbre. La moderación es veneno para Podemos –igual que la exageración es veneno para la razón, citó Rajoy–, y el tono sosegado de don Pablo resultaba tan creíble como colgarle a un cristo una recortada. Su proyecto, por lo demás, incluía genialidades como «introducir el delito de enriquecimiento ilícito» –se conoce que hasta ahora robar era legal–, «acabar con el paro sin sustituirlo por la precariedad», «derogar las medidas paramétricas implementadas» –aquí vi llorar a una taquígrafa– y subir las pensiones se pongan como se pongan. En la Complu al menos pedían la paz perpetua.

Rajoy sorprendió saliendo al cruce con el guion escrito cuando había jugado al despiste. Con su deliciosa prosa viejuna habló de Savonarolas y Torquemadas, de ánimo pesquisidor, panoplias antiburguesas y espejuelos de una España garabateada en negro por grafiteros populistas que necesitan que el trampantojo parezca real para que su sueño siga existiendo. «España gana y ustedes pierden», y se fumó un puro. Hasta Llamazares reconoció que las mociones perdidas fortalecen a los gobiernos en minoría. «Cuando pudo no quiso, y ahora que quiere no puede», sentenció Oramas. El filibusterismo castrista como impotente venganza, alpiste y barrila de telécratas censores, mientras España sigue esperando un benéfico término medio entre la inercia y la inquisición.