Los dilemas de Ciudadanos

EL MUNDO 23/01/17
JAVIER REDONDO

Renquea C’s. No se parte ni se marchita del todo, pero pierde frescor a base de suministrar suavizante a su ideario y acoplar su lenguaje a las reglas impuestas por los inquisidores del pensamiento. Da igual lo que dure. Su concurso en la vida política ha sido decisivo por muchas razones.

Emergió allí donde más falta hacía un discurso regenerador contra un nacionalismo putrefacto y corrupto. Llevó España y su Constitución a Cataluña y las paseó con orgullo y mucha valentía. Desnudó, sonrojó y mostró las ausencias de las fuerzas no nacionalistas; ahora lidera la oposición, frente a la familia y al totalitarismo separatista.

Rivera cortó el nocivo cordón sanitario trazado en torno al PP. A veces a costa de su propia credibilidad. Su presencia ha impedido el aislamiento del primer partido de España. Marginar a un partido, pase; a dos sería un escándalo.

Su partido contribuyó a galvanizar el descontento de un sector del centro derecha que halló una opción para no caer en la apatía y el abstencionismo. Propuso una salida institucional, moderada y viable para luchar contra la corrupción. Insufló entusiasmo a la maltrecha clase media, que pudo replegarse en torno a la formación de Rivera en lugar de callar avergonzada y asfixiada por los voceros del pueblo. El PP tiene mucho que agradecer a C’s porque parte de su voto no se perdió del todo. Rajoy no gobierna con el apoyo de C’s, sino gracias a que existe C’s. Su regeneracionismo y alternativa sistémica a la desafección no tenía dobleces chavistas. Rivera, a pesar de sus compadreos pasajeros con Iglesias, escapó de la trampa, firmó con Sánchez y neutralizó al populismo.

Todo forma parte de un momento fundacional que está próximo y queda lejos. C’s se encuentra ante el colosal reto de su consolidación, ante la pausa frente a la prisa. La desaceleración ha perjudicado a los nuevos. Crecer a toda velocidad tenía muchos riesgos. Han de afrontar las consecuencias. El problema de fondo no es sustituir el «socialismo democrático» por el «liberalismo progresista». Ambas fórmulas tienen sus propios matices, pero no lo suficientemente potentes como para considerar el cambio una traición. La cuestión es que tanto una denominación como la otra ya están ubicadas.

C’s no ha de buscar espacio ideológico sino político. Por eso el debate de fondo está en considerarse fuerza de Gobierno o de apoyo. Es el dilema de todos los partidos de centro. Su incontrolado crecimiento va a traer problemas. Primero porque va a tener que comportarse como un partido más y abandonar la edad de la inocencia. El precio que va a pagar Rivera por su ambición durante las dos campañas prefabricadas por las teles será mostrar una tendencia autocrática para controlar el partido. C’s ya no tiene dos almas (el eje Cataluña-Andalucía -progresismo españolista- y el eje Madrid-Valencia -regeneracionista-), ahora es una suma de cuadros que buscan poder territorial amparados en la marca.

Punset denuncia que Rivera edulcora su discurso anti separatista para cortejar a los convergentes espantados con la CUP. Por tanto, hace lo mismo que la vicepresidenta del Gobierno. Es una opción legítima para gobernar, aunque puede que infructuosa para competir. No hay duda de que el partido de Rivera será como los demás en cuanto a organización interna, existencia más o menos silenciada de corrientes y adhesión al líder. Su hecho diferencial ha de consistir en dotarse de un discurso propio que huya de lo plúmbeo y no se contagie de complejos y temor a explorar nuevos caminos. Su identidad será el resultado de sus renuncias.