Verónica Fumanal-Vozpopuli   

Intransigentes que no dejan explicarse al diferente; caras y voces de odio que exigen expulsar y silenciar al otro. Primeras chispas de un gran fuego en el que puede arder la convivencia de este país

Desolador, el adjetivo posiblemente más utilizado para describir el general sentimiento ante la tragedia de la catedral de Notre Dame. Ardía una de los monumentos arquitectónicos más emblemáticos del gótico ante las miradas estupefactas del espectador, que se preguntaba qué podía haber pasado para que una de las construcciones más bellas creadas por el hombre se derritiera ante la impotencia de una civilización que ahora no era capaz de frenar las llamas sin arrasar con la estructura que quedaba. Tras siglos reinando el barrio francés, la catedral de las gárgolas había sobrevivido a todos los esfuerzos del hombre por auto aniquilarse en el antiguo continente y ahora perecía al intento por restaurarla. Así caen, a veces, las estructuras, en el intento por reforzarlas.

Con pesar, estas llamas me han evocado la fragilidad de cuanto nos rodea. La solidez del orden que nos protege y nos garantiza los derechos esenciales está siendo acechada por múltiples frentes. A nivel global, una ola de populismo está cuestionando los valores de la democracia. Y en nuestro país, a medida que nos acercamos a un ciclo electoral trascendental, se advierten también signos preocupantes. Los escraches que están protagonizando esta campaña electoral. Boicots en los que se están socavando las bases de la democracia que recogen artículos como el 20 de nuestra Constitución: “Se reconocen y protegen los derechos a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción”. O el artículo 16, que garantiza la libertad ideológica.

Que una campaña electoral esté marcada por la dificultad que tienen algunos partidos en ciertas partes de España para expresar libremente sus ideas, es sin duda alguna un símbolo de la involución de nuestra democracia que debe desolarnos. El fuego de la ira de la intolerancia se propaga por las sociedades velozmente cuando los pirómanos de lo público lanzan soflamas contra el diferente, cuando la pluralidad no se entiende como una riqueza, sino como una debilidad, cuando se encienden mechas en los cimientos de una democracia, como son el acuerdo y el pacto, cuando se señalan enemigos íntimos de lo que uno representa. Y, desgraciadamente, en las últimas campañas electorales estas soflamas dirigen el discurso público en detrimento de retóricas cívicas y democráticas.

Que la campaña esté marcada por la dificultad para expresarse de algunos partidos en ciertas partes de España, es sin duda alguna un símbolo de la involución de nuestra democracia

Los mensajes vía redes sociales que lloraban la destrucción de una de las catedrales góticas más antiguas del mundo, son más escasos y menos rápidos para defenestrar los comportamientos intransigentes y antidemocráticos que aquellos que no dejan explicarse al diferente, aquellos con cara de odio que pretenden exiliar y silenciar al otro. Estas son las primeras chispas de un gran fuego en el que puede arder la convivencia de este país. Chispas que pueden ser sofocadas con la fuerza y la memoria de España, cuyo pasado reciente recuerda que tenemos material de sobra para hacer un gran incendio con nuestras diferencias.

La media de edad española en el 2019 es de 43 años. Nuestra Constitución es más joven que la media del país, un dato que evidencia la pubescencia de nuestro sistema democrático. No podemos mirar estupefactos como arde la mayor obra de arte de nuestra historia reciente, el acuerdo que nos ha permitido tener los mejores años de progreso y transformación social de este país. Una obra de arte política tan bella no puede ser fruto de las llamas de la intolerancia. No podemos arrepentirnos mañana de no ser capaces de apagar un incendio que no quisimos extinguir cuando vimos a los primeros pirómanos provocar las primeras chispas de la crispación. Porque muchos de los pirómanos que alzan sus teas encendidas dicen hacerlo por la democracia, asegurando que han venido para restaurar el sistema, para renovarlo.

Sofoquemos los chispazos que amenazan la campaña electoral y el sistema democrático, condenemos sin ambages los intentos de boicot y las amenazas contra cualquier partido político democrático que amparado por nuestros derechos fundamentales se vea sometido a cualquier escrache. La democracia es la catedral de la política que se eleva majestuosa, pero se basa en equilibrios, no se puede tomar por eterna. Hemos visto arder la catedral de Notre Dame; nuestra generación no puede permitirse más tragedias. La solidez de cuanto nos rodea no se protege sola.