ARCADI ESPADA-El Mundo

HAY DOS grandes diferencias entre la investidura de Rajoy del 29 de octubre de 2016 y la que Sánchez intentará a partir del 22 de julio. La primera es que las elecciones de 2016 dejaron un parlamento sin posibilidad de mayoría limpia. PP y Cs sumaron 170 votos, que solo la abstención parcial del grupo socialista —15 se mantuvieron vírgenes, entre ellos dos de las hoy máximas autoridades del Estado: Batet y Cruz, y el mismo Sánchez que ni quiso verlo— convirtió en suficientes para que Rajoy revalidara su cargo. Otra cosa es que nunca fuera una mayoría suficiente para gobernar. Hasta el punto de que el 1 de junio de 2018 una mayoría sucia en forma y fondo acabó con su presidencia. Dado que era sucia le sirvió a Sánchez para llegar al Gobierno, pero le fue imposible ejercerlo: el 5 de marzo de 2019, después de unos meses de campaña electoral pagada con fondos públicos, disolvió las Cortes. Los resultados subsiguientes del 28 de abril aportaron la novedad de una mayoría limpia entre Psoe y Cs y un escenario político inédito: por vez primera una minoría mayoritaria podría formar gobierno sin ceñirse el dogal nacionalista. Era una noticia tan buena que en la misma noche electoral la turba empezó a gritar debajo de Ferraz: «¡Con Ciudadanos, no!». Debía de estar por ahí la novelista Grandes, porque luego lo pasó a borrador en una de sus milicianas.

La segunda diferencia entre el Parlamento de Rajoy y al que ahora trata de convencer Sánchez alude al valor de la abstención. El acuerdo al que llegó el grupo socialista para abstenerse era compatible con una verdad aritmética y política: sin la futura colaboración con los abstencionistas el Gobierno era imposible, porque Rajoy no tenía una mayoría alternativa. Bien se vio cuando los abstencionistas, aliados con excriminales, presuntos criminales y el estado intermedio del peneuvismo, organizaron una mayoría para cambiar el Gobierno. La situación es ahora distinta. La abstención del Pp que reclaman —impúdicamente: tal es su condición— los parlamentarios socialistas sería una jugada sin fáciles precedentes en la historia política. Para resumirla: Sánchez sería elegido con el asentimiento del Pp e inmediatamente se pondría a gobernar con Podemos y el resto de la mayoría sucia. Excepto, naturalmente, cuando el Supremo interés de España obligara de nuevo al Pp a prestarse al asentimiento pasivo, aunque orgulloso. Debe de ser con estas sofisticadas maniobras con las que el comercial Iván Redondo ha labrado su fama.