Los recreativos

EL MUNDO 21/09/16
ANTONIO LUCAS

A FALTA de titulares que acondicionen una idea de futuro, la política se ha instalado en un espíritu de salón recreativo. Queda tan poco por decir y es tan irrelevante lo dicho que una vez agotada la vía del soplo o canutazo, en algunos partidos regresan al tiroriro de las redes sociales. Están enviándose mensajes públicos como en una versión bufa de esos pizzini con los que Bernardo Provenzano, capo de la Cosa Nostra, dirigía a la mafia desde una caseta güaldrapas en las colinas de Corleone, viviendo de requesón y achicoria.

La mafia nuestra es más cortita y hortera. Pero a lo que iba: en las últimas semanas, Twitter es la plataforma de comunicación interna del PSOE y de Podemos. (No me extraña que algunos quieran alargar la Feria de Abril). El suplemento Crónica informa de que a Fernández Vara, presidente de Extremadura y muy dado a hablar en todas las esquinas, lo están breando desde Ferraz con una escudería de tuits acosadores por oponerse al no terminal de Pedro Sánchez, que en paz descanse. (Dicen que si César Luena le atiza). Y ayer mismo parece que Pablo Iglesias y Errejón se dejaron media muela, como en los días de la uni, durante un cruce de mensajes con los que se distanciaban aún más entre abrazos de guerra. El contenido de los tuits da igual. No vale para nada. Es el gesto lo que desfonda, pues hace más patente la desidia y la idiotez esférica de un momento en que la afasia y la tecnología generan un nuevo fanatismo: la exhibición de la impostura, de la trampa, del vacío.

Si cualquiera puede iniciar una jornada electoral varias veces al día desde un teléfono móvil cruzando una serie de mensajes con algo de moralista público, de chivato o de ángel exterminador, resulta innecesario el modelo de viejas campañas y su verbena de millones (más de 100) con cargo al Presupuesto. Lo que les sobra a los políticos es espacio público. En este momento cualquiera de ustedes camina sin posibilidad de apelación o defensa ante la cascada de eslóganes de un partido, el que sea, dispuesto a encalomarle al ciudadano el mismo crecepelo devaluado del mes pasado, mientras aguardan al 25 de septiembre para seguir la bronca hueca sobre el bloqueo, la imposibilidad del pacto, la aritmética de escaños y toda esa rencilla de subastadores de carromato que anticipa nuevas derrotas.

Pasé parte de mi adolescencia embutido en un corsé ortopédico para enderezarme y la otra parte en el soportal de los recreativos de mi barrio. Aproveché las dos etapas con entusiasmo. Y en la última aprendí bien la jerga de salón de futbolines que hoy arrojan algunos políticos en Twitter. Tipos que tiran de frases fantasma, lanzan apuestas en falso y no saben disimular su degradación (ni la mediocridad que les distingue). A algunos de estos sujetos les sucede como a la novela de finales de los años 90, tan en decadencia que nunca pudo convertirse en otra cosa. Les faltaba extender su cretinez vía Twitter. Algún día esta ponzoña acabará. En algún momento usarán herramientas más serias. Algún día un partido (o dos) ganará unas elecciones y entonces, sí, habrá que lanzar la única pregunta metafísica que ya cabe hacerse en este país: para qué.