Luz en Rentería

EL MUNDO 30/06/17
JORGE BUSTOS

JAMÁS pensé que escribiría una columna para enaltecer a un miembro de Bildu. Pero ese día ha llegado y yo debo escribirla. Julen Mendoza Pérez, alcalde de Rentería, se convirtió el miércoles en el primer abertzale que homenajea de verdad a tres víctimas de ETA asesinadas en su municipio. A tres víctimas de ETA y punto. Sin equidistancias nauseabundas. Sin mendigar la disculpa de los suyos amparándose retóricamente en «las víctimas de todas las violencias». Tres vecinos del pueblo, tres hombres a los que ETA les arrebató todo lo que tenían y todo lo que podrían haber tenido. Porque eso es matar.

Vicente Gajate, policía municipal, militante socialista y afiliado a la UGT. Pegó con orgullo carteles electorales de Felipe González por San Sebastián. Su mujer, Purificación, se enamoró de él a los 15 años en un baile. No le abandonan las cinco detonaciones que oyó una tarde de octubre de 1984. Su Vicente, que volvía del tajo, yacía acribillado en la acera. Tenía 34 años.

José Luis Caso aceptó ir en las listas del PP en Rentería. Fue elegido concejal. Un día de diciembre de 1991 salió a tomarse algo. Alguien dio el soplo y en el mismo bar le volaron la cabeza. Manuel Zamarreño ocupó la vacante. Apenas habían transcurrido seis meses cuando a Manuel, que se dirigía a comprar el pan, lo reventó una moto-bomba accionada a su paso. Nada pudo hacer el escolta, al que alcanzó la metralla. Esto era la famosa lucha, queridos niños. La única manera de hacer la revolución cuando la gente prefiere la libertad.

Consciente del reguero de dolor que fluye bajo los adoquines de la «Belfast vasca», Mendoza decidió romper el muro del silencio. Dejar de cacarear «falta mucho todavía» y poner él exactamente eso que tanto falta. Convocó a Juani, la viuda de José Luis, y a Nahiara, la hija de Manuel, y a todas las fuerzas políticas. Puri no se sintió con fuerzas para acudir al salón de plenos, pero mandó un mensaje emocionado: «Estoy segura de que a él le hubiera gustado este acto». Mendoza, de Bildu –insisto–, entregó un ramo de flores a las víctimas bajo unánimes aplausos, descubrió una placa en su memoria y tomó la palabra:

–Este acto pretende humanizar lo deshumanizado. Renunciar a la imagen del enemigo. Sentir como propio el dolor sentido como ajeno. Conscientes de que el daño es irreparable, de que esas personas ya no van a volver. Si en algún momento este Ayuntamiento a lo largo de su historia, o yo mismo, no hemos estado a la altura, no os hemos acompañado correctamente o hemos dicho o hecho algo que pudiera haber añadido más dolor al que ya padecéis, pido perdón por ello en nombre del Ayuntamiento y en el mío propio, a la vez que digo que haremos todo lo que esté en nuestra mano para que no se vuelva a repetir.

Eso era: calor humano, reparación institucional. Eso llevamos esperando 50 años. Mendoza aún ahondó más en el espejo y encontró la etiología moral del terror: «Nos faltó imaginación suficiente para ponernos en el dolor del otro». Así es. La falta de imaginación es una trágica amputación del espíritu que origina todo el mal de este mundo. Quizá Patria, el fruto de la imaginación de Aramburu, se está haciendo notar: quizá está sembrando benéficas semillas de empatía por el País Vasco.

Nadie –me advierte mi yo más severo– merece elogio por condenar el odio. Pero eso es lo que admiramos del 78. Mendoza ha abierto una brecha en el muro de la infamia, y por las grietas ya se filtra la luz.