ABC-JON JUARISTI

Las fiestas estivales de las ciudades vascas se han convertido en grandes exorcismos feministas

HACE todavía veinte años, el motivo fundamental de las fiestas veraniegas del país vasco era la guerra de las banderas. Ni el toro de fuego ni los fuegos artificiales: la quema pública de la bandera nacional por encapuchados y los consiguientes molotovs y pedradas contra la policía. Hoy, las fiestas vascas del verano, las del «estío festivo» a las que se refirió en su día don Julio Caro Baroja, se han convertido en grandes exorcismos colectivos contra la violencia machista. Pretextos no faltan. El comienzo de cada Semana Grande suele ir precedido por un acto notorio de violencia sexual, obviamente de hombres contra mujeres. Si no en la misma localidad que inicia sus fiestas, en otra cercana o, en el caso más remoto, dentro de lo que la televisión autonómica vasca llama «el Estado».

Este año han abundado violencias que condenar para ir catalizando las movilizaciones festivas. Nunca han sido tantas y tan frecuentes. Por ejemplo, la Semana Grande de San Sebastián ha ido precedida por la violación, en Bilbao, de una adolescente por ocho varones argelinos de entre 18 y 36 años. La chica se citó por internet con uno de ellos, al que no conocía, en un parque del extrarradio, no muy frecuentado, donde se llevó a cabo la violación. Los supuestos violadores fueron detenidos. La juez dejó en libertad condicional a cuatro, decretó prisión provisional para dos y liberó a otro

par. El viernes, los de la libertad condicional asaltaron a otra mujer y le robaron un móvil. ¡Anda, dirán ustedes, como los de la Manada de Sanfermines! Justo, pero nadie lo ha hecho notar, porque son pobres chicos magrebíes, no soldados ni guardias civiles españoles. En fin, se ha anunciado que en breve, serán deportados a Argelia (los argelinos, quiero decir). Parece una medida prudente, porque a este paso (y dejando a un lado la posibilidad de que sigan violando vascas) son muy capaces de levantarse todo el revestimiento de titanio del Guggenheim si no se les vigila, y es evidente que no se les estaba vigilando mucho.

Pero aunque la Ertzantza (o sea, la policía autonómica vasca) no haya estado muy brillante controlando manadas, se ha esforzado en publicar una serie de recomendaciones dirigidas a las chicas vascas ante esta temporada festiva. La primera es «no aceptes citas extrañas ni citas a ciegas». Parece lógico, ¿no? Si la adolescente violada por la manada argelina no hubiera aceptado la cita en el parque, no la habrían violado. Pero esto ha suscitado la furia de las feministas vascas de izquierda, que acusan a la Ertzantza de culpabilizar a las víctimas. Lo que a mí me recuerda las reacciones de los colectivos gays vascos de hace treinta y bastantes años a las primeras noticias sobre el sida: se trataría de un infundio lanzado desde el Vaticano para impedirles pasárselo bien en las semanas grandes.

Pero no es un problema exclusivo de las feministas de izquierda sino de la izquierda en general, que cree que es la sociedad la que crea los problemas, porque es la sociedad, como un todo, la que es capitalista o machista. A los problemas que la sociedad crea, hay que darles soluciones definitivas, soluciones finales, desde la política, persiguiendo a los culpables de que la sociedad sea capitalista o machista. Siempre hay un grupo social que será estigmatizado como culpable y, por tanto, perseguido hasta el exterminio si hiciera falta. En la Europa de la primera mitad del pasado siglo se eligió a las clases medias, en la parte oriental, y a los judíos, tanto en aquella como en occidente. ¿Que a por quién va la izquierda de nuestro tiempo? ¿A por quién va a ir? A por la derecha, naturalmente…¿a por quién, si no?