ARCADI ESPADA-El Mundo

BARCELONA, ciudad de paz es el lema de la concentración que ha escogido el Ayuntamiento que gobierna Ada Colau para conmemorar el primer aniversario del atentado de las Ramblas. Son palabras bien escogidas y reveladoras. Primero, desde el punto de vista histórico. A principios del siglo XX Barcelona fue llamada «la ciudad de las bombas»: no había ninguna ciudad europea con semejante olor a sangre y a pólvora. Ya en gloriosa vida de Ada Colau Barcelona fue la ciudad donde un nacionalista catalán, hoy diputado, mató a un alcalde adosándole una bomba al pecho; donde un grupo de nacionalistas vascos hizo volar un Corte Inglés con los clientes dentro y donde un grupo de nacionalistas islámicos atropelló con una camioneta a todo bicho –eso es– viviente que encontró a su paso. Barcelona, ciudad de paz es una ficción, pero una ficción maligna. Forma parte del habitual cuento de la ficción que se explican los catalanes. Por alguna razón extravagante los catalanes han decidido que son más pacíficos que el resto de la Humanidad. Acaso conscientes de su patética pretensión de carácter y cuando operaba en el territorio alguna forma, aun rudimentaria, de la ironía, fue popularísimo un estribillo que se cantaba en las juergas y que dice: «Som gent pacífica i no ens agrada cridar». La peculiaridad era que se repetía una y otra vez, en voz cada vez más alta, hasta que los cantores morían desgañitados.

Pero en el lema no hay solo la mentira fáctica o un wishful thinking tan compartido por los humanos que deviene en absolutamente banal. Lo que acaba por propiciar que se convierta en un lema, lo que dice con una indecibilidad casi hermética, lo que no se ve pero deslumbra son los dos adverbios vinculados: «Aquí no». Un pobre hombre nacionalista, que en razón de serlo llegaría a vicepresidente del gobierno catalán, acertó a expresarlo hace años con milagrosa bajeza cuando le pidió a ETA que antes de atentar mirara donde lo hacía. La petición no era hija solamente de la exigencia tribal que trata de proteger el nosotros a cuenta de los otros. Revelaba, sobre todo, la desesperada necesidad de mantener sin profanaciones la catalana tierra. Los catalanes saben que el terror y los asesinatos existen. Son gente realista y saben también que su capacidad de evitarlos es ciertamente relativa. Por eso se limitan, con civilizada cortesía, no a pedir que desaparezcan, que ya lo comprenden, sino a pedir que no les afecten. Aquí no.

Lo que no han podido tolerar del atentado de las Ramblas fue que quebrara el llamado hecho diferencial.