ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN

Sánchez practica una estrategia de tahúr bloqueando la gobernabilidad con el fin de forzar otras elecciones

PEDRO Sánchez quiere darse mus; cada día lo evidencia con mayor descaro. Al líder socialista no terminaron de gustarle las cartas que repartió el pueblo soberano español en las elecciones de abril y, en lugar de jugar con ellas, como manda el manual democrático, pretende forzar otra asignación de triunfos más acorde a sus intereses, aunque sea a costa de España. No es el primero en practicar esta estrategia de tahúr, todo hay que decirlo. En su momento, Mariano Rajoy hizo lo propio, atrincherándose en su mayoría minoritaria sin moverse un ápice de la posición, hasta que el Rey se vio obligado a disolver las Cortes y convocar nuevos comicios. Al entonces dirigente popular le salió bien la jugada (por más que al cabo del tiempo acabara pagándola muy cara con un final ignominioso) y quien entonces lo criticó con dureza se dispone a seguir sus pasos, a ver si en la segunda vuelta consigue algún escaño más que lleve a su principal adversario a despejarle con una abstención el camino hacia la poltrona.

Esa actitud del molusco, consistente en aferrarse a la roca indiferente al estado de la mar, funciona para los mejillones, pero en política resulta no solo peligrosa, sino profundamente desleal al modelo en el que se basa nuestra convivencia. A su espíritu

y su razón de ser. Dicho de otro modo, lo que hizo en su día Rajoy y lo que se dispone a hacer Sánchez constituye una malversación de nuestro voto y, por consiguiente, de un elemento nuclear de la democracia. No el único, desde luego, pero sí uno sin el cual la palabra pierde su sentido. Porque el electorado distribuye el poder entre los partidos con un horizonte de cuatro años, que debería ser tan sagrado como el escrutinio mismo. ¿O acaso tiene alguna lógica que nos obliguen a expresar nuestra voluntad en las urnas una y otra vez, para después pasársela por el arco de sus conveniencias? La ley actual, que pide a gritos una reforma, permite al vencedor bloquear la gobernabilidad indefinidamente, pero el juicio de la ciudadanía debería ser implacable con quien recurre a esa táctica vil. Una sucia trampa de mal jugador que habría de invalidar al tramposo para estar en la vida pública administrando nuestro patrimonio.

¿No quiere el señor Sánchez un gobierno de coalición con Podemos, que plantea esa condición como irrenunciable? Pues búsquese otros aliados y asuma que con 123 diputados está obligado a ceder. Por un lado o por otro. En eso precisamente consiste la grandeza de un sistema que establece contrapesos y mecanismos de control a fin de impedir abusos. ¿Por qué cree el candidato del puño y la rosa que los españoles liquidaron el bipartidismo, dando entrada en el escenario a otras fuerzas de carácter nacional? Es evidente que el presidente en funciones añora épocas pasadas, hoy felizmente perliclitadas, de turnismo, mayorías absolutas y ejecutivos monocolor obtenidos del separatismo a cambio de soberanía y dinero. Mal que le pese, no obstante, con repetición electoral o sin ella, él se verá obligado a pactar mirando a su izquierda o a su derecha y doblegando esa soberbia que se refleja hasta en su modo de caminar. ¿A qué viene entonces esta pérdida de tiempo que no hace sino aplazar el arranque efectivo de una legislatura llamada a afrontar problemas acuciantes como el polvorín catalán o la crisis económica cuyos negros nubarrones asoman ya en el horizonte?

Solo nos queda esperar que, en el nuevo reparto de naipes, en lugar de un solomillo se encuentre con un perete.