JOSÉ MARÍA RUIZ SOROA – EL PAIS

· Ante acontecimientos como los atentados de Cataluña es difícil encontrar el lugar idóneo para no caer en ideas trilladas.

Así me solicitan los del periódico, con la precisión de que quieren un enfoque original sobre los hechos recientemente ocurridos; no repita las cinco ideas comunes que comparecen una y otra vez en los ya publicados. Así que me pongo rápido a buscar el frame, como ahora se dice, que estructure mi reflexión.

Primera disyuntiva, ¿adopto el punto de vista emocional o el racionalista? Adoptar la perspectiva del insiderinocente ayuda mucho a escribir en estos casos: horror, pánico, reacción valerosa, no pasarán, amor, cariño. Rico en impacto pero un tanto banalizado de antemano: no hay forma de estar a la altura de las imágenes. ¿Entonces decantarse por el análisis, la senda weberiana de aproximarse a cualquier acción social como una conducta dotada de un sentido racional para sus autores? Racionalidad en los fines o conforme a principios. Pero pronto veo que entramos por ahí en la espesura coránica de un mundo cósmicamente lejano y ajeno a nuestra experiencia y que, al final, no entendemos muy bien. Porque para nosotros la racionalidad está, debe estar, en los medios que usamos cotidianamente, el sentido trascendente lo declaramos caducado hace ya mucho tiempo.

Bueno, vayamos entonces a un terreno mucho más seguro: ¿contra quién o contra qué escribo el artículo? Porque, al final, un buen texto se construye como una denuncia o una oposición. Dilema: escribirlo contra nosotros o contra ellos. Contra nosotros: no hemos sabido integrarlos, no les atendemos bastante, les despreciamos, la islamofobia, la desestabilización geopolítica, el colonialismo, los refugiados muriendo en las costas, la guerra de Irak, Palestina; podemos llegar hasta la expulsión de los moriscos por esta vía de flagelarnos con la culpa. Que tiene sus ventajas porque a media sociedad le encanta culparse por lo que pasa, hacerlo le permite sentirse mejor y le resulta gratificante en medio de tanto desbarre sangriento: ¡qué justo y bueno soy que hasta me echo la culpa! Pero, ¿qué tal escribirlo contra ellos, ahondar en la satisfacción de poner a mano un ídolo odioso? Quieren acabar con nuestra sociedad libre y pluralista, imponernos su sharia, no tienen remedio, la historia lo demuestra. Vamos, un mensaje fuerte, al gusto de los hartos de sensiblería liberal y medias tintas.

Podemos llegar hasta la expulsión de los moriscos por esta vía de flagelarnos con la culpa.

Con lo que mi singladura baraja el siguiente cabo, el propositivo, el ¿qué hacemos ahora? Atento, no olvidar la receta políticamente correcta: ante todo unidad, mucha unidad y sin fisuras, incluso antes de saber en qué vamos a emplearla. Nuestro miedo (el que “no tenemos”) es sobre todo el miedo a descomponernos, a la fractura política inevitable en la interpretación y sobre todo la gestión de unos eventos preñados de potencia simbólica. Miedo a nosotros mismos. Pero mejor no decirlo. Bueno, vale, pero ¿qué patrocino en el texto? Puedo ponerme realista y recordar que la seguridad absoluta es imposible, que el mundo siempre ha sido peligroso y que lo único que varía es el peligro concreto con que nos amenaza, que hay que perseverar en el trabajo policial y aguantar lo que venga; los atentados, al fin y al cabo, mirados objetivamente, son sólo arañazos. ¿O quedaría demasiado frío decirlo? También podría recomendar una sólida machtpolitik: declaremos la guerra al terror, bombas al canto, saquémoslos del mapa, dejemos de lado nuestras inhibiciones biempensantes y bienquedistas y machaquémoslos. Claro que por aquí lo difícil es detallar a quién exactamente propongo golpear, porque cabe llegar al fiat iustitia pereat mundus de no dejar títere con cabeza en Oriente, lo cual sería contraproducente para la seguridad. Así que hay que seleccionar entre déspotas necesarios y déspotas prescindibles. Más dudas.

También, como jurista que soy, podría llamar la atención (con muchas precauciones claro) sobre la extraña facilidad con que se abate (el galicismo parece ayudar a aceptar el hecho desnudo de matar) a los terroristas por la policía. Pero seguro que me meto en territorios arcanos si menciono el garantismo, pareceré poco menos que la CUP en su modo camiseta de chinchar. Y tampoco es eso.

¿Y no sería oportuno señalar que, cuanto más hablemos y discurramos sobre estos hechos, más los estaremos concitando? Porque para las mentes impresionables hay un efecto llamada muy fuerte en el heroísmo kamikaze y en el martirio buscado de propósito. Entonces, ¿desisto? ¿O me rindo a mi común identidad discutidora?

José María Ruiz Soroa es abogado.