JORGE BUSTOS-EL MUNDO

ESTA del dopaje electoral fue una metáfora afortunada, de gran eficacia contra el PP de Mariano Rajoy, reconocido aficionado al ciclismo. Tan eficaz que un juez amigo de la ministra Delgado –de quien se rumorea que irá en la cabecera de la manifa del 8-M con una pancarta que proclame «¡Éxito asegurado!»– certificó ese dopaje a título lucrativo en las campañas de Pozuelo y Majadahonda, que no son precisamente etapas reina, y al PP terminaron echándolo de la competición. O sea, de La Moncloa. No deja de entrañar cierta justicia poética que ahora sea la última marianista, Ana Pastor, quien recupere la acusación de dopaje contra el verdugo de Rajoy, con la diferencia de que Sánchez no dopa su campaña con dinero B sino directamente con el presupuesto general del Estado, que se confunde con el Gobierno, que se confunde con el partido, que se confunde con el candidato. Sánchez es el ciclista oficial del Estado español e Iván Redondo es su Eufemiano Fuentes.

Por la exclusiva de EL MUNDO hemos sabido que Redondo anda redondeando el manual de dopaje presidencial, que consiste en detraer recursos de todos los niveles de la Administración no solo a mayor gloria de su cliente sino en perjuicio de todos sus adversarios. Ministerios, funcionarios, periodistas de RTVE, sociólogos del CIS: todo agente es reclutado, toda munición es bienvenida y la guerra no ha hecho más que empezar. Ni siquiera Twitter se libra del cíclope monclovita, que con el ojo omnisciente patrulla y con la mano larga descuelga un teléfono. Pero así se conduce nuestro Gobierno de centro liberal-socialdemócrata con ribetes weberianos, contra el que solo un fascista osaría alzar su trifálica voz.

Escribí en diciembre que si los indepes, presos como están de su mentira, le tumbaban los Presupuestos, Sánchez convocaría elecciones aprovechando el rebufo ideológico del 8-M para presentarse como gran matriarca nacional. También advertí de la ouija sectaria en torno a la osamenta de Franco Bahamonde, cuya momia tendría el mismo valor que el ninot de Felipe VI si nuestra izquierda fuera más materialista y menos religiosa. No me enorgullece acertar en lo consabido, pues el mismo dóberman lleva décadas ladrando, sea con el collar antifranquista, con el feminista o con los dos. Uno reconoce ya a leguas ese ronco ladrido de exclusión –«cave canem, fachita»–, por más que el coro del santo pesebre jure que oye arias moduladas.

Se han apropiado de los órganos del Estado, de los poetas, de las mujeres y de la soberanía con relator no porque aún es pronto. Pero dentro de cuatro años ya será tarde.