Manuela y el humo

LIBERTAD DIGITAL  08/12/16
LUIS VENTOSO

· Si no se te ocurre nada, monta un pollo en la Gran Vía

EL público español tiende a fijarse más en el envoltorio que en el valor real de lo que viene en el paquete. Manuela Carmena constituye un ejemplo claro de político que se beneficia de ese fenómeno, por otra parte nada nuevo.

Con su traje cruzado de notario y su hieratismo de sonrisilla altiva, el catedrático Tierno Galván ganó popularidad con sus estupendos bandos, o proclamando aquello de «rockeros, el que no esté colocado que se coloque»; o con su simpático quite en la entrega de unos premios, cuando la voluntariosa vedette Susana Estrada esgrimió su principal habilidad artística y destapó su insoslayable tetamen: «No vaya usted a enfriarse», le apuntó circunspecto el alcalde. A Madrid le divertía tener a un viejo profesor socarrón abrazando las alegrías de La Movida. Tierno encarnó el espíritu de cambio en aquella hora y fue despedido con un entierro multitudinario. Pero al margen del personaje, ¿cuál fue su legado real como alcalde? Algunos cronistas de la vida municipal madrileña susurran que muy magro.

Tierno llegó al Ayuntamiento sin ganar las elecciones (se había impuesto UCD). Doña Manuela también quedó de segunda, a 2,7 puntos y 45.000 votos de Aguirre. Ocupa la poltrona de chiripa, por obsequio del señor Sánchez, un fenómeno que no dejó charco sin pisar. Carmena es un prototipo similar a Tierno, aunque sin su caché intelectual. Iglesias, que puede ser cargante pero nunca tonto, decidió colocarla como líder de paja de un tinglado de Podemos. Una careta amable para no asustar a los madrileños con la crispación camisetera. Doña Manuela, de 72 años, es la perfecta encarnación de la abuela pop progresista, cliché que encanta al público. Una señora de clase media-alta, con pedigrí de luchadora antifranquista y caché de jueza. Además decían que andaba en bici –no se la ha vuelto a ver pedaleando– y gasta aire de sabia despistada, con gafas llamativas y divertido pelo amarillo. Por último, es educada y amable. Jamás levanta la voz y tiende a dar la razón a todo aquel con el que habla (aunque cambia de opinión al segundo en cuanto la llaman a la ortodoxia los comisarios podemitas, para quienes se presta a hacer de guiñol a cambio de chupar foco).

Rodeada de un equipo de chavales antisistema, que no saben manejar los engranajes de la Administración y que en muchos casos jamás han trabajado, a duras penas logra mantener los servicios básicos de la capital. No son capaces ni de recoger las hojas del otoño de las aceras. Casi más grave es que carecen de proyectos para una metrópoli de la categoría de Madrid, que podría tener ante sí excelentes oportunidades con un equipo capaz, pro negocios y abierto al mundo. Para camuflar la nulidad de su gestión recurren a dos señuelos: el (aparente) buen rollo de doña Manuela y un festival de ocurrencias absurdas sobre temas menores. Lo de la Gran Vía es una patochada, pues al seguir circulando los coches, en realidad se ha creado un enorme jaleo sin que el peatón gane nada. El enésimo ejemplo de política teatral, hueca como una pompa de jabón morado. Doña Manuela es tan cordial como incapaz. En la España actual acabará cuajando.