Francesc de Carreras-El País

Hay desafección a la política y a los políticos. En estos meses tienen ocasión de rehabilitarse: menos tuits y más argumentos

La aterradora perspectiva es que tenemos ante nosotros tres meses de elecciones y, como mínimo, otro mes formando gobiernos locales, autonómicos y central. Un verdadero empacho que coincide, además, con el “juicio del siglo” que está resultando, como era de esperar, un prodigio de racionalidad y seriedad, además de que puede resultar pedagógico, una buena lección de cómo actúan los poderes en un Estado democrático de Derecho. En todo caso, como mínimo hasta el verano, no tendremos reposo y corremos el riesgo de que las noticias del día sean trivialmente coyunturales, más anécdotas que categorías.

Se dice que estamos en la sociedad de la información y, sea esto lo que sea, todo parece indicarlo. En efecto, estamos tan excesivamente informados como mal informados, cualquiera que tenga un teclado a mano puede decir lo que quiera sin saber ni lo que dice o con la intención de engañar a sabiendas: no sé cual de ambas cosas es peor. Y muchos se lo creen.

A pesar de ello, los políticos siguen preocupados por lo que dicen las redes (una entidad ignota y cuya dimensión se desconoce) y muchas veces les responden con su mismo estilo: simple, ignorante demagógico.

El populismo ha invertido las reglas democráticas con su demagogia y muchos han pasado a creer que son los ciudadanos, la “gente” en el lenguaje populista, los que deben seleccionar los temas de discusión. Es justo al revés: son los políticos, en especial líderes de los partidos, quienes deben escoger estos temas porque son ellos quienes deben saber cuáles son los importantes.

Por ejemplo: ¿a quién le interesa la deuda pública? En los sondeos seguro que figura en los últimos lugares, ocupando los primeros, además de los mismos políticos, el paro, los salarios, la sanidad y las pensiones. Pues bien, todas estas materias que ocupan los primeros lugares dependen en buena medida del volumen de la deuda pública, que este momento es enorme y nadie piensa en ella.

Esta es la pedagogía que se debe exigir a los líderes políticos: explicar de forma sencilla y comprensible que los intereses que genera la deuda pública impide que se dediquen inversiones a otras materias. En definitiva, aumentar la deuda es rebajar el gasto destinado a estas materias que tanto preocupan. Lo sabemos por nuestra economía familiar, al fin y al cabo no tan distinta.

Hay desafección a la política y a los políticos. En estos meses tienen ocasión de rehabilitarse: más un debate de ideas que de gestos, menos tuits y más argumentos. Muchos ciudadanos quieren aprender y están dispuestos a no votar a quienes les traten como tontos.