ABC-IGNACIO CAMACHO

Madrid ha vuelto a funcionar como la ciudadela sagrada de la derecha, su último bastión simbólico de resistencia

POR un guiño sarcástico de la Historia –ya saben, aquello de la farsa y la tragedia–, el Madrid del «no pasarán» de la guerra, la «tumba del fascismo», la corte que la barbarie miliciana trocó en cheka, ha acabado por convertirse durante la democracia en la ciudadela sagrada y esencialista de la derecha. El liberal-conservadurismo español ha convertido la capital y su región en su Massada, en su última fortaleza. El bastión aguantó la hegemonía zapaterista como contramodelo, imprimiendo a su desarrollo económico una velocidad de crucero que adelantó a Barcelona y creó una próspera isla fiscal a base de rebajas de impuestos, aunque la experiencia ofreciese el tenebroso reverso de unas listas de candidatos que solían acabar transformadas en cuerdas de presos. Para Sánchez, en plena ofensiva de poder, la pieza tenía el valor de un símbolo estratégico, pero también se ha estrellado contra una barrera electoral resistente como un muro de acero. Y Pablo Casado, que comenzó la noche del recuento con una soga atada a su cuello, la acabó descorchando cava con el alivio de quien evita una condena por un pelo. Aguantar la Comunidad ya era un resultado que le proporcionaba un mínimo aliento, pero desalojar además a Carmena significa para el agobiado líder popular el doblete perfecto. La victoria –compartida– le regala lo que más necesitaba comprar, que es tiempo.

En realidad, las tres derechas ya habían ganado en su predio madrileño en abril, con mayor margen del que esta vez han logrado. Pero entonces el triunfo quedó oscurecido por la evidencia de una derrota nacional con caracteres de descalabro. En la proporcionalidad pura de la circunscripción única, la fragmentación pierde su impacto, lo que demuestra la importancia de conocer el funcionamiento del sistema electoral antes de emitir el sufragio. Con un voto algo mejor estudiado, la oposición tendría hoy muchos más escaños y el sanchismo no disfrutaría de una perspectiva tan despejada en su inminente mandato.

Sea como fuere, Madrid ha sido para Casado, más que un respiro, una bombona entera de oxígeno. Los damnificados por su liderazgo estaban el domingo afilando cuchillos y ya en la misma tarde, al calor de las encuestas adversas, crepitaban los teléfonos del sorayismo. Las navajas cabriteras volvieron a cerrarse cuando dio la vuelta el escrutinio porque la política sólo entiende la dialéctica cruel de vencedores y vencidos y el maltrecho PP posmarianista había ganado aun a costa de dejarse un puñado significativo de votos, diputados y concejales por el camino. De paso, Ciudadanos, cuyas cabeceras de lista tenían bastante más trapío, ha pagado una vez más –y van…– la factura de su prematuro cálculo autocontemplativo. A Sánchez nadie le toserá en su partido pero la apuesta por Pepu ha sido, como aquella famosa jugada que se inventó Pedro Ferrándiz, una canasta contra sí mismo.