Antonio R. Naranjo-El Debate
  • La Fiscalía se suma a la ola de no juzgar a cuatro jinetes del apocalipsis etarra por participar en el crimen que sobrecoge aún a España

La crónica de sucesos que escribe el Gobierno de España, con su luctuosa sucesión de escándalos, trampas y negocios mafiosos, es tan abrumadora que no permite apenas pararse en capítulos que, en otros contextos, serían primera plana.

Uno de ellos ha pasado casi desapercibido en ese estanque de aguas fétidas donde chapotean la esposísima, el hermanísimo, Koldo, Zapatero, con el presidente encabezando a los patitos y Puigdemont, Junqueras u Otegi tirando trozos de pan desde la orilla, de cuando en cuando, para mantenerlos con un hilo de vida.

Un fiscal, conocido por su afiliación a la asociación ‘progresista’ del gremio, ha pedido a la Audiencia Nacional que no se juzgue a cuatro de los peores terroristas de ETA por el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, al considerar que esos delitos ya han prescrito.

Los beneficiarios de la postura de Carlos García-Berro, cuyo historial incluye una elocuente defensa de personajes tan siniestros como Dolores Delgado, son Iñaki de Rentería, la pareja compuesta por Mikel Antza y Dolores Iparaguirre «Anboto» y Kantauri, algo así como los cuatro jinetes del apocalipsis etarra, con un amplio currículo de matarifes que incluye la dirección de la banda, la participación en sus peores comandos y la planificación de algunas de sus más sonadas matanzas.

Pues bien, el jurista en cuestión sostiene que, pasado tanto tiempo, no procede juzgar a los susodichos, lo que en sí mismo ya plantea la pregunta de por qué no los sentaron antes en el banquillo. Sean cuales sean los vericuetos de la Justicia, ninguna excusa parece suficiente para intentar justificar la demora en encausar a unos criminales de esa calaña.

Pero es que además pesa sobre España la decisión del Parlamento Europeo de declarar imprescriptibles los crímenes de lesa humanidad y de incluir en ese capítulo los perpetrados por ETA, para que nada impida sentar en el banquillo a quienes los cometieron, dirigieron o idearon, pase el tiempo que pase. Una instrucción ignorada por el Gobierno, que también incluía la obligación de aclarar los cerca de 400 asesinatos que, aún hoy en día, no han sido juzgados.

Existe la posibilidad de que el fiscal en cuestión actúe en solitario y, desde sus prejuicios ideológicos o incluso sus percepciones jurídicas, considere inevitable adoptar esa posición por razones estrictamente técnicas, que también podría encontrar para sostener lo contrario sin que nadie, salvo los afectados, pusiera el grito en el cielo.

Pero también es legítimo pensar que García-Berro actúe inspirado en la doctrina oficiosa del Gobierno, nunca expresada, pero siempre ejecutada, de aceptar la hoja de ruta impuesta por Otegi a Sánchez para darle su respaldo, ya endémico desde 2018: intercambiar investiduras y presupuestos por presos, tal y como el viejo líder de Batasuna ha expresado en público con la altanería de quien siente tener la sartén por el mango.

Lo cierto es que, desde que el PSOE se consagró a la indigna tarea de blanquear a Bildu para adecentar su alianza con la heredera de Batasuna, todo ha ido en la dirección de atender esa exigencia innegociable: el traslado de todos los etarras a cárceles más benévolas del País Vasco, la indiferencia ante los insultantes homenajes celebrados para recibir en sus pueblos a criminales convertidos en héroes, la marginación de las víctimas en el relato público, el apaño de la Ley de Memoria Democrática al dictado de Otegi o la indulgencia del fiscal con la élite etarra conforman una secuencia cronológica de infame complicidad con el penúltimo impuesto revolucionario girado por el universo abertzale.

Todo ello coronado por el silencio más absoluto al respecto de los acuerdos concretos firmados por el PSOE con Bildu, hurtados a la opinión pública probablemente porque son indefendibles incluso para un personaje con la altura moral de Sánchez.

La moraleja del abyecto viaje a los sótanos de la ética y la decencia que emprendió Sánchez al aceptar llegar al poder gracias a compañías que debió ayudar a aislar es bien triste: los mismos que intentan resucitar a toda costa a Franco no están dudando en matar dos veces a Miguel Ángel Blanco.