Metafísica de las (malas) costumbres

DANIEL GARCÍA-PITA PEMÁN – ABC – 04/03/17

· Es difícil encontrar una unanimidad social –“transversal” según se dice ahora– de condena como la que ha conseguido acumular Trump en tan poco tiempo. Se ha convertido en el epítome teológico de la malignidad: el conjunto de males sin mezcla de bien alguno. No deja de ser llamativo que, por lo general, la condena no se refiera a actuaciones políticas concretas.

-Antes de nada debe saber que yo comparto el hartazgo mundial por todo lo que se refiere a Trump. Lo sufren los propios ciudadanos norteamericanos. Por tanto le recomendaría que se olvide del asunto y hable de otro tema.

–El tono autoritario –por no decir trumpiano– de su admonición me llena de sorpresa siendo usted alguien que presume de progresista y de liberal. Le diré algo: la crítica es imprescindible en la democracia y la democracia. En segundo lugar, los Estados Unidos son y seguirán siendo durante mucho tiempo la primera potencia mundial y, por tanto, sus asuntos nos afectan y nos interesan a todos los demás países del mundo. Por último, el señor Trump imprime a todas sus actuaciones tal intensidad dramática, tal histrionismo, que resulta imposible evadirse de ellos. Por esa razón, aunque le entiendo, me temo que tendrá usted que oír mi opinión.

—Le ruego que sea objetivo y se olvide de su conocida inclinación autoritaria, que en su caso y no en el mío, sí que es verdaderamente trumpiana.

—Mire, la acción política está sometida a un orden jurídico y a un orden moral. De aquí que toda acción política deba ser enjuiciada jurídica y éticamente. Pero no hay acción política que no responda a una motivación práctica, sea económica, social, cultural, militar o de cualquier otra naturaleza. Por esa razón debe de ser analizada en primer término atendiendo a su oportunidad, a su coste y a su eficacia para conseguir el fin perseguido: debe ser objeto de un análisis técnico y de una valoración política. En el caso de Trump, sin embargo, lo que predomina de una manera aplastante desde su nombramiento es la valoración ética de sus actuaciones y poco o nada la política, la técnica o la jurídica. En el orden moral Trump acumula un récord mundial de condenas imposible de batir.

Es difícil encontrar una unanimidad social –«transversal» según se dice ahora– de condena como la que ha conseguido acumular Trump en tan poco tiempo. Se ha convertido en el epítome teológico de la malignidad: el conjunto de males sin mezcla de bien alguno.

No deja de ser llamativo que, por lo general, la condena no se refiera a actuaciones políticas concretas, ni siquiera al anuncio de las mismas, sino a opiniones o declaraciones de las que parecen presagiarse futuras actuaciones políticas condenables. Da la sensación de que se ha convertido a Trump en una especie de anti-Kant que se mueve en el éter de la razón pura para fundamentar una metafísica de las malas costumbres, de lo políticamente incorrecto. La condena lo es a su construcción moral, previa y al margen de lo que suceda en el terreno de la práctica, de los hechos, de la acción política propiamente dicha.

—Póngame un ejemplo. —Se le atribuyen unas frases vulgares que denotan una idea de la relación del hombre con la mujer despreciativa para estas, impropias de una persona medianamente cultivada y no digamos del presidente de una nación democrática. Pero lo cierto es que, hasta la fecha, Trump no ha promovido ni ha anunciado que vaya a promover una legislación contraria a la igualdad de los sexos o a derogar las normas de discriminación positiva en favor de la mujer vigentes en los Estados Unidos. Una vez más Trump se mueve en el terreno de la metafísica sin descender a la práctica. Misoginia condenable, pero en el ámbito de los conceptos, no en el de la acción política. Y sin embargo ha levantado en el mundo de las organizaciones feministas una condena mayor que la producida con motivo del espantoso crimen de Boco Haram con las niñas nigerianas.

—Otro ejemplo, por favor. —La política migratoria. Trump ha formulado un concepto de la emigración como algo perjudicial en esencia y por principio para la economía americana y, lo que es más grave, despreciativo hacia sus vecinos hispanos. Pero hasta ahora, que yo sepa, no ha promovido un cambio en la política migratoria seguida por sus antecesores, ni ha reducido el número de visados, ni ha anunciado una política de deportaciones de emigrantes ilegales más estricta que la seguida hasta ahora, y no ha propuesto la construcción de nuevos muros sino la continuación del que existe ya desde hace muchos años. Metafísica xenófoba pero nada nuevo en la acción política.

—Se ha criticado acerbamente su política antiterrorista.

—Trump anunció un plan para prevenir la entrada de terroristas procedentes de siete estados en los que es notoria la abundancia de organizaciones yihadistas. Durante la preparación del plan se ordenó suspender durante noventa días la entrada de nacionales de esos siete estados, si bien inmediatamente la orden se revocó para los visados ya en vigor. En otras circunstancias no habría ocurrido nada con un anuncio de este tipo. Pero han entendido los jueces que la orden ejecutiva de Trump puede suponer la violación de un derecho constitucional, y ¡ay amigo! en los Estados Unidos de América los derechos constitucionales se protegen con rigor. Por eso han suspendido cautelarmente la orden ejecutiva de Trump. Posiblemente usted se sorprenderá si le digo que el derecho constitucional supuestamente en riesgo no es otro que el relativo a la libertad religiosa protegida por la Primera Enmienda de la Constitución.

—¿Y como es eso?

-Trump ha afirmado reiteradamente, sin matices, que el islamismo es fuente inevitable del terrorismo. Y si a esa declaración se añade que los siete estados afectados son de mayoría abrumadora musulmana, hay razones suficientes, a juicio de los jueces, para sospechar que bajo el pretexto de proteger al país del terrorismo se está discriminando negativamente a la religión musulmana. Esto vulneraría los principios de la establishment Clause incluida en la Primera Enmienda, tal y como entendió el Tribunal Supremo en un célebre caso (Larson v Valente). Su concepto del islamismo y no la letra de la orden ejecutiva le condena. La cambiará, y la batalla legal entre letra y concepto será épica.

—Por favor ¡que no pase de la metafísica a la acción sin antes depurarla un poco!

DANIEL GARCÍA-PITA PEMÁN ES JURISTA – ABC – 04/03/17