Mezquindad nacionalista

EL MUNDO 12/04/17
TEODORO LEÓN GROSS

TIEMPO atrás se convocó un certamen para determinar la palabra más triste del idioma. Por más que los idiomas tiendan a ser positivos, según el Principio de Pollyana, y que el español haya sido identificado como la lengua más feliz –aplicando el Big Data a cien mil palabras en una veintena de idiomas, investigadores de Vermont concluyeron que no hay otro tan boyante como el español, por delante del portugués y el inglés, en contraste con la melancolía del ruso o el chino– no faltan palabras tristes donde elegir. En ese mismo campo semántico, vocablos como pena, amargura o desolación, y en la zona de sombra de la realidad otras como avaricia, violencia, metástasis, terrorista o incluso ERE como sugiere Álvaro Pombo. Sin embargo, el concurso se resolvió con la victoria de pero. Nada es tan triste como esa adversativa, la conjunción que sirve para claudicar («ojalá, pero…»), rebajar los elogios («es una gran persona pero…») o resistirse a la realidad («es un atentado salvaje pero…»). Un pero es a menudo la antesala de una mezquindad.

Y ahí está Puigdemont con su pero en las honras fúnebres dedicadas a Carme Chacón: «Obviamente teníamos muchas discrepancias ideológicas pero hizo un trabajo honesto y leal». De repente, en mitad del pésame, la oración principal son las discrepancias ideológicas y se le subordina el elogio. Tampoco cambia nada al voltear la frase, primero el elogio y luego las discrepancias. Parece que Puigdemont sintió la necesidad de hacerse perdonar por los vigilantes de la ortodoxia independentista sus cordiales alabanzas a una catalana no nacionalista; o sencillamente él mismo quiso marcar una línea roja, incluso en el momento de unas condolencias, para establecer que un no nacionalista no puede ser un buen catalán sin más. En ese pero aflora la mezquindad del nacionalismo. Sí, claro que esto de Puigdemont puede parecer algo menor, si se compara con las juventudes de la CUP, que en la cuenta de Manresa escribían de Carme Chacón: «se va otra criminal sin pagar por sus crímenes…». Pero no. Esos chicos del maíz secesionistas, que son los que invadieron una sede del PP días atrás, son una excrecencia de la democracia. En cambio Puigdemont es el presidente de los catalanes, y mostrarse incapaz de elogiar a una buena servidora pública catalana sin mencionar las discrepancias ideológicas, delata la miseria moral del nacionalismo excluyente.