Xavier Vidal Folch-El País

La fragmentación económica de la era de la crisis ha derivado en una múltiple (e inédita) amenaza divisoria de la Unión

En la superficie, todo parece jugar a favor. Europa hace piña ante las asechanzas comerciales de Donald Trump, aunque con una relativa salvedad italiana. Reafirma la lucha contra el cambio climático y a favor de la distensión con Irán. Sigue firme contra las intervenciones militares, digitales y de espionaje de Vladímir Putin, aunque con la relativa salvedad italiana. Y los Veintisiete han alcanzado un increíble e imprevisto nivel de cohesión frente a la suicida escapada de Reino Unido.

Esa fortaleza proviene del triunfo de una primavera. Tormentosa, pero indudable. Política, porque a diferencia de EE UU, los populismos —a excepción de la salvedad de Italia, a medias de Austria— han sido electoralmente derrotados. Económica, porque llevamos cuatro años largos de crecimiento económico sostenido. Social, porque las encuestas —como el último Eurobarómetro— acreditan una renacida fortaleza europeísta en todas partes, con la salvedad italiana. Y, sin embargo, las dos asignaturas pendientes para la cumbre de final de junio (inmigración, reforzamiento del euro) parecen cada día más y más escarpadas. Quizá porque en la superficie el populismo no triunfó, pero se ha enquistado por debajo en algunos partidos tradicionales, a los que horada con su ponzoña ideológica antiliberal.

Nos escandaliza la pinza de los extremismos italianos coligados, la única realmente abiertamente triunfadora en las urnas. Pero ya hace tiempo, es un ejemplo, que el pequeño y liberalísimo país de Borgen huele a podrido: en Dinamarca se recortan las ayudas a los refugiados, se piden cuotas restrictivas a los inmigrantes (cierta supuesta izquierda), se propugna disparar a las pateras (la ultraderecha), se anhelan los controles fronterizos. Quizá ocurre también que las secuelas sociales de la crisis se desperdigan a ritmo lento, con retraso: la frustración aspiracional de la perjudicada clase media, antes solidaria y ahora (temblemos) introspectiva; la falta de horizontes para las clases trabajadoras abocadas al precariado y la desigualdad como consecuencia del exceso austeritario; el desgaste de una izquierda convencional que debió priorizar (por minoritaria) cómo minimizar la recesión, en vez de combatirla; la fisura (o ruptura) del contrato social de los 30 años gloriosos, que cohonestaba un capitalismo de rostro humano con el más generoso Estado del bienestar de la historia.

Así que la fragmentación económica de la era de la crisis ha derivado en una múltiple (e inédita) amenaza divisoria de la Unión. Hay un frente nacionalista xenófobo e iliberal apalancado en los socios orientales postsoviéticos (aunque no solo en ellos); hay un bloque nórdico encabezado por Holanda que denigra la recuperación de la solidaridad Norte/Sur (y la arquitectura de la unión monetaria ante próximas recesiones); hay un clamor transversal reaccionario en pro del egoísmo, contra los fugitivos africanos de la pobreza.

Y, sin embargo, la partida frente a la reacción, el populismo iliberal, la eurohostilidad y la endogamia nacional no está perdida. Porque seguramente por vez primera, los Gobiernos de los Veintisiete deben ser transparentes, responsables, y mirarse ante el espejo. ¿Por qué? Porque el envite proteccionista de Donald Trump les obliga a definirse sobre la necesidad de aumentar su apuesta por la defensa común (y el comercio, y la fiscalidad a las tecnológicas, y tantas otras cosas). Porque la crisis humanitaria mediterránea les conmina a elegir entre la represión y el fomento del crecimiento económico subsahariano. Porque la próxima —aunque no sea inmediata— normalización de la política monetaria (el fin del expansionismo y los tipos cero) reclama políticas presupuestarias que la compensen.

Un país últimamente periférico tiene cartas para este pulso: la defensa de la cohesión desde la seriedad fiscal; la reconstrucción de la conjura mediterránea frente a sus escapistas; la apuesta liberal contra los autócratas. Esta España, más comprometida y amable.