FRANCISCO ROSELL-EL MUNDO

Juan Moreno Conejo, emigrante andaluz en Cataluña, de donde retornó en 1970 a Málaga para abrir una tienda, sermoneaba a sus hijos: «Mira que me muero y el PSOE va a seguir mandando en Andalucía». Cada vez que se lo oía aquel que tenía cuatro meses cuando emprendió su viaje de vuelta de Barcelona, sonreía y trataba de convencerle de que más pronto que tarde se lograría. Sonaba a falsa realidad, como el grupo pop-rock del que formó parte en su adolescencia. Juanma Moreno junior se había afiliado al PP en 1989 y desplegó, con claro menoscabo de su formación universitaria, una acelerada carrera política: diputado en Cortes por Málaga, pero también por Cantabria, a modo de comodín, cargos orgánicos en la dirección nacional y secretario de Estado de Asuntos Sociales.

Como el que aguarda un mañana en vano, éste argüía ante su progenitor que, al igual que la alternancia ya se había operado en Málaga y en su litoral, el cambio sería un hecho en Andalucía. Nunca imaginó que, en caso de obrarse ese milagro, sería él quien franqueara el umbral del Palacio de San Telmo, la residencia de los duques de Montpensier en la que Antonio de Orleans, hijo del rey de Francia, sentó su «corte chica» conspirando sin remilgos contra su cuñada Isabel II.

Juan Moreno padre falleció en enero de 2014 cumpliéndose su triste presagio. Vio –eso sí– un atisbo de luz. Por primera vez en treinta años, el PP vencía al PSOE en las autonómicas de 2012. Pero la «amarga victoria» de Arenas le dejó a las puertas de la antaño Escuela de Mareantes. Al cabo de un quinquenio de su designación al frente del PP andaluz, Bonilla está a punto de cumplir, en nombre de su padre, el anhelo que se llevó a la tumba, como otros tantos andaluces persuadidos de la eternización del cuarentón régimen clientelar socialista.

Contra todo pronóstico, pilotó el PP tras el periodo de hibernación que siguió a la dimisión de Arenas; contra todo vaticinio, está llamado a ser igualmente el primer presidente no socialista de la Junta cuando esta semana se substancie la doble alianza del PP con Ciudadanos (de gobierno) y con Vox (parlamentario). Un parto con cesárea en el que las tres partes de la nueva mayoría se han movido como bolas de billar que recorren ciegamente el tapete verde sin querer saber nada entre sí y que, cuando por fin chocan, no hacen sino alejarse aún más.

No obstante, frente a los 80 días que Susana Díaz tardó la pasada legislatura en fraguar su entente con Cs, este convenio se ha firmado en un tiempo récord tratándose de fuerzas antagónicas que compiten por un espacio común y que protegen su particular viñedo de cara a la multicita electoral de mayo. Dado que los pactos son el arte de llevar el zapato derecho en el pie izquierdo, sin que salgan callos, Bonilla precisará un podólogo si Cs y Vox se empecinan en andar a patadas.

Albert Rivera y los suyos incurren con Vox en el error de Rajoy con Cs. Hijo de sus flaquezas, el PP agrandó sus expectativas a base de exabruptos contra los «naranjitos». De esta guisa, Cs puede desfigurarse por marcar distancias artificiosamente con los nuevos aparecidos. Así, no se entiende que ahora se niegue a modificar la sectaria ley andaluza de Memoria Histórica por otra de Convivencia, cuando Rivera ha hecho bandera del legado de Suárez y de la Transición. Ninguna de las tres fuerzas puede defraudar a la hora de hacer efectiva una alternancia largamente demorada ni reducirla a un corto paréntesis. Lo pagarían como se merecerían.

El nuevo inquilino de San Telmo acredita aquello que categorizara Churchill –gran suministrador de frases marmóreas– de que «la política es la única guerra en la que uno puede morir varias veces». De un lado, después de que Cospedal lo defenestrara de Génova en el XVII Congreso de Sevilla de 2012 y le pusiera la proa en la purga que desató contra cualquier reminiscencia de su enemigo íntimo Arenas, Bonilla fue rescatado por Rajoy para presidir el PP andaluz. De otro lado, cuando las vísperas del 2-D se repartían la túnica de un candidato que, proveniente de las filas de Soraya Sáenz de Santamaría, no había tenido más remedio que aceptar Pablo Casado dado el poco tiempo transcurrido tras su elección al frente de la dirección nacional, Bonilla evitaba el sorpasso de Cs y se beneficiaba de la suma que parecía imposible para sacar a Díaz de sus aposentos palaciegos, cosechando los peores resultados del PP. Nada más cierto que el tiempo es más importante en política que en gramática, atendiendo a otra máxima churchilliana. Merced a ello, Bonilla vive para contarlo y, a la sazón, presidir una comunidad de las proporciones de Portugal.

En el lapso de mayo de 2017 a diciembre de 2018, la Reina del Sur ha pasado, por contra, de postularse para La Moncloa como gran favorita de las primarias del PSOE a desalojar San Telmo cuando se daba por hecha su reelección. Ahora, con las alas quebradas, su suerte depende del pulgar de Pedro Sánchez. Tratando de tomarse el desquite, se atará al palo mayor para aguantar como Vara tras el éxito de Monago en Extremadura.

En definitiva, una doble caída la suya frente a rivales (uno interno y otro externo) a los que menospreció como si fueran unos don nadie. Sin duda, trataba de borrar que ésa era ella antes de ser tocada por el dedazo de Griñán y salir del ostracismo sin otro bagaje que sus intrigas de partido y su oferta de montar un botellódromo como concejal sevillana. Como en la fábula de Esopo, perdió el trozo de carne que llevaba en la boca por ansiar apresar su reflejo en el agua.

En su desdén hacia su sucesor, Díaz rememora la anécdota de Katharine Hepburn con Spencer Tracy antes de rodar juntos La mujer del año y al que la diva quiso poner en su sitio en ese instante: «Señor Tracy, no es tan alto como me habían dicho». El productor Mankiewicz, quien acompañaba al actor, le replicó: «No te preocupes, Kate, que él te reducirá a su tamaño». Desatendiendo que la tornadiza fortuna mueve a la prudencia, Díaz ha acabado destronada frente a quien le ha bastado con las dos simples reglas que proveyeron a Tracy de sendos Oscar: saberse el papel y no tropezar con los muebles.

Echando la vista atrás, Juan Manuel Moreno es el único joven turco superviviente de aquella operación de largo recorrido emprendida coincidiendo con la estancia de Rajoy en Ankara en febrero de 2014 y que se frustró en las semiprimarias del PP. Guiados por la vicepresidenta Sáenz de Santamaría y el jefe de gabinete del presidente, Jorge Moragas, estos jóvenes turcos, evocando a quienes modernizaron Turquía a las órdenes de Mustafá Kemal Atatürk y que se extiende a quienes propulsan corrientes renovadoras, quisieron dar un golpe de mano para desplazar a Cospedal. Ello explica el entripado de la secretaria general con la designación de Bonilla. Malhumorada, declinó en Carlos Floriano el encargo de Rajoy de notificar al escogido la buena nueva y éste aún espera en vano su enhorabuena.

En la antesala, el tapado se limitó a mantenerse fuera de foco y evitar ponerse a tiro. Con ansiedad creciente, los juramentados ejercitaron mudez cartuja. Incluso en los días inciertos de los empellones de Cospedal en pro de sus patrocinados. En ese devenir, como ahora en el trasiego con Cs y Vox, Bonilla no perdió ni la compostura ni la sonrisa. Como tampoco se la borraría nunca su sobrada antagonista Díaz.

Cortados por el mismo patrón, ambos han tenido en el partido su escuela y despensa. Vidas paralelas que reeditan lo escrito por el poeta Gérard de Nerval al pie de un retrato suyo: «Yo soy el otro». Al ser intercambiables, diríase, pues, que la política tuviera una lógica general y única. Pero tampoco hay que llamarse a andana si se retiene que Suárez tenía a gala no haber leído un libro, según le refirió alguien a Tarradellas para escandalizarle, acotando éste: «Y esa suerte tenemos. Imagínese si además lee».

En esta hora de la verdad, en la que Bonilla está emplazado a escribir el mañana de una Andalucía bifronte como el dios Jano, no le bastará con haber sido agraciado por las circunstancias. Si al político y al torero lo hacen el público y el ganado, él no va a disponer de mucho tiempo para acreditar su enjundia y cuajo en una difícil encrucijada en la que, cual funambulista, deberá caminar, además, sobre la cuerda que sostienen dos socios que se reafirman negándose. Pero ya previno Ortega: «Si no tenemos confianza en nosotros, todo se habrá perdido. Si tenemos demasiada, no encontraremos cosa de provecho. Confiar, pues, sin fiarse».

Bonilla habrá de afrontar doce trabajos como esos que dieron gloria y fama al héroe mitológico en una Andalucía que reclama una rápida intervención, si no quiere que el enfermo se le vaya entre las manos. Plegándose al principio arrioliano (de Arriola, Pedro, el antaño gurú del PP) de que Andalucía es de izquierdas y sólo cabe mantener un perfil bajo para no despertar a su electorado, no habrá esperanza. Ello anticiparía el retorno de quienes, al no digerir su fracaso, se movilizan ya con cualquier pretexto y excusa, tratando de recuperar en la calle lo perdido en las urnas. Sin una sacudida, el cambio no será posible y la alternancia resultará fallida.

El recién estrenado presidente debe acreditar capacidad de liderazgo y de actuación para lograr que Andalucía funcione, retrotrayéndose a la definición de González sobre el cambio socialista en la España de 1982. Bonilla parece saber lo que quiere y dispuesto a llevarlo a cabo –«carácter es destino», resaltaba Heráclito– con el entusiasmo y el tesón indispensables. A este fin, habrá de desplegar suma habilidad y seducción que bien manejadas son armas de la mayor eficacia.

No en vano, su principal desafío y para quienes le acompañan –señaladamente Cs con consejerías clave bajo su jefatura– estriba en desmontar un régimen que sostiene una comunión de intereses. Habiendo hecho el PSOE la autonomía a su imagen y semejanza, el nuevo Gobierno tendrá que atarse los machos frente a quienes no están dispuestos a finiquitarlo. Como los regímenes son, en esencia, irreformables, unos «nuevos tiempos» requieren enterrar los viejos. Para concebir esperanzas ciertas, Moreno tendrá que moverse con la astucia de la serpiente que se arrastra describiendo eses, como presumía Mao. Yendo no en línea recta sino quebrada y ondulante, pero fiel a su origen, en busca de sentido y destino.