Patxo Unzueta-El País

Tiene razón Artur Mas cuando reconoce que con el 47% de los votos el independentismo no puede imponer su proyecto

Según el Diari oficial de la Generalitat de Catalunya (DOGC) del 29 de diciembre, “completado el escrutinio y sumado el voto exterior, los partidos independentistas (…) han obtenido 35.300 votos más que en el referéndum del 1-O (…) lo que confirma que el independentismo “sigue creciendo a pesar de la ofensiva del Estado”. Al margen del tono de esa observación, impropio de un Boletín Oficial, las cifras que ofrece el DOGC cuestionan las que hasta ahora se estaban dando por definitivas y que permitían establecer que se había repetido la combinación de mayoría parlamentaria de los partidos independentistas (70 escaños contra 65); y mayoría en votos de los contrarios a la secesión, con una distancia de casi 200.000 votos: el 51% (si se incluyen loscomunes), frente al 47,59%.

Y eso en unas elecciones en las que la prioridad de los favorables a la separación era restablecer el Govern destituido en aplicación del artículo 155 y la de los otros, restaurar la legalidad, sin lo que era imposible desbloquear la situación. Imposible porque ningún Gobierno podría gobernar si bastase declarar que no se reconoce la legislación española ni la competencia del Tribunal Constitucional para quedar dispensado de acatar leyes y sentencias. Para Junts per Catalunya, ningún Govern que no esté presidido por Carles Puigdemont será legítimo. Pero lo será el que salga del nuevo Parlament, sin que esté obligado a elegir presidente al que lo fue hasta la aplicación del 155. Si lo que se intenta es restablecer la normalidad institucional y recomponer la convivencia, Puigdemont sería el candidato menos apropiado. Por lo que hizo hasta su huida y por lo que ha hecho luego desde un personalismo extremo y con desprecio de la pluralidad de la sociedad catalana.

La complejidad de la situación es resistente a las simplificaciones: mayoría parlamentaria de los independentistas, pero mayoría social de los contrarios y victoria en votos y escaños de la formación más crítica con el nacionalismo. ¿Cómo encajar esos componentes de la sociedad catalana en un proyecto compartido? De entrada, acatando esos resultados, lo que significa reconocer que no hay una mayoría suficiente para desbordar el marco autonómico con decisiones unilaterales como la declaración de independencia o la proclamación de la república; si hay un mandato de las urnas es el de recomponer la convivencia con respeto de la pluralidad interna de Cataluña. Dos millones de votos separatistas son muchos votos, lo que tendrá que ser tenido en cuenta a la hora de constituir un Govern. Pero incluso con las precisiones del Diari Oficial, el 52 % de votantes anti- independentistas no podrán ser simplemente ignorados.

Tiene razón Artur Mas cuando reconoce que con el 47% de los votos el independentismo no puede imponer su proyecto; pero tampoco podría hacerlo con el 51% ó 52%, que también reflejaría que lo que hay es una sociedad dividida por la mitad, lo que aconsejaría reconstruir el marco de convivencia que supuso la autonomía. Ya se ha visto que el efecto de un radicalismo extremo sin suficiente apoyo no solo no refuerza la autonomía sino que la liquida.

Autonomía que es el punto de encuentro de las distintas mayorías que se entrecruzan en la sociedad catalana, según reflejan el 21-D. Los dirigentes que ahora escenifican un reconocimiento de errores, ya se verá si sincero, tienen como primera responsabilidad construir y sostener un Gobierno moderado y plural que restaure la convivencia.