Arcadi Espada-El Mundo

LAS PRIMARIAS del Partido Popular han llegado a su cenit abisal con las declaraciones de la señora Cospedal –con lo bien que le quedaba el uniforme– en las que advierte del peligro que supone la candidatura de Pablo Casado, porque José María Aznar está detrás de ella. Aznar es responsable de algunos males del PP. Las cesiones ante el nacionalismo catalán, desde luego. Y luego esta paradoja letal de que dio ceño y malaje a un partido que con él y luego de él ha sido blando y mansurrón en asuntos claves como las guerras culturales o la defensa del Estado. Aznar ladró mucho, permítaseme, y eso provocó que le mordieran con facilidad. Pero es extravagante que una candidata a ocupar su sitio considere que el que acabó con la hegemonía felipista y fue por dos veces presidente de España sea el talón de Aquiles de uno de sus rivales. Esto no solo supone observar hasta qué punto el PP ha metido en casa el rasgo más sectario –ad hominem– del discurso de sus rivales políticos. También demuestra crudamente lo que es un proceso de primarias, es decir, la solución populista, enmascaradora, a la desertización de ideas, proyectos y liderazgo que acompaña a ratos cada vez más prolongados la vida de los partidos.

La sobreactuación de los líderes en unas elecciones convencionales y la creciente necesidad de ganarse el voto mediante recursos que nada tienen que ver con el debate racional es el resultado de un consenso de fondo sobre las soluciones reales de los problemas básicos que ni siquiera la algarada populista puede liquidar. Y es probable que lo que yo mismo acabo de llamar desertización no sea más que el aspecto superficial y engañosamente dramático que ofrece ese consenso. No es que no haya ideas; lo que escasea son las ideas particulares. Excepto en el caso de los columnistas, naturalmente, que viven de aventar esa ilusión. Si el consenso básico y la necesidad de euforización de las pequeñas diferencias amenazan transformar de aburrido a ridículo el momento estelar de la elección democrática, qué no se dará en esas llamadas elecciones primarias de los partidos, donde lo único bien puesto es el adjetivo, siempre que se le dé la acepción correcta.

La intención, la increíble intención de la señora Cospedal cuando cita a Aznar, es la de ganarse ¡el voto del miedo! No descarte nadie que de aquí al jueves alguno de los candidatos proponga la firma de un sumarísimo Pacto del Tinell, obligatoriamente redactado por José Manuel García-Margallo, aquel antiguo ministro de los asuntos catalanes que nunca ha tenido detrás a nadie más que a sí mismo.