Náusea

ABC 19/05/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Viendo a este Otegui triunfal, pasear su chulería, yo me pregunto: ¿Para esto nos jugamos la vida?

VAYA por delante mi sincero agradecimiento al PP de Cataluña que encabeza Xabi García Albiol, así como a Ciudadanos y su valiente Inés Arrimadas, por alinearse ayer junto a las víctimas durante la nauseabunda visita que protagonizó el dirigente etarra Arnaldo Otegui al parlamento autonómico de dicha comunidad. Digo bien dirigente etarra, secuestrador, terrorista, en el sentido literal de la palabra, recibido en loor de multitud por buena parte de los elegidos para representar a los catalanes y por no pocos «periodistas» afectos al régimen nacionalista que riega de dinero público los medios en los que trabajan. Gracias a Albiol y Arrimadas por negarse a jalear al amigo de los asesinos de Hipercor. Al cabecilla que jamás ha condenado ni condenará ésa o cualquier otra matanza perpetrada por sus compañeros de armas, por la sencilla razón de que las considera legítimas en el empeño de conseguir la voladura de España. Gracias a los políticos dignos que se negaron a secundar la siniestra farsa orquestada por quienes gobiernan una tierra antaño pionera del progreso y la modernidad, hoy sumida en un tribalismo identitario ruinoso en lo económico y devastador en términos de cohesión social.

El viaje de Otegui a la Cataluña de «Junts pel Sí» no es casual, como tampoco lo fue el de Carod Rovira a Perpiñán, para negociar con la banda una tregua selectiva, cuando ETA era todavía una organización clandestina y no una fuerza «respetable», presente en las instituciones y generosamente subvencionada, merced a una negociación política tan vergonzante como vergonzosa. El «conflicto» y el «prusés» siempre han ido de la mano, por muy escandaloso que resulte poner el dedo en la llaga de esta verdad inapelable. Jaime Mayor Oreja lo advirtió hace varios años y fue tildado de loco por sus propios correligionarios, pero los hechos le están dando la razón con una claridad que asusta. El guión de la ruptura de España estaba escrito. Los papeles debían ir cambiando, eso sí, a medida que cambiaran las necesidades. Vanguardia armada y retaguardia política tenían que darse relevos con el afán común de quebrar la resistencia del Estado, hasta conseguir que se hincara de hinojos ante el empuje del separatismo, como finalmente ha sucedido. Nada hay por tanto de casual en la repugnante puesta en escena que protagonizó ayer Otegui, alias «Gordo», en el «Parlament» de Cataluña. Él sacudió en su día el árbol y ahora quiere recoger nueces con el apoyo explícito de quienes obtuvieron, por extensión, lo que «Gordo» y sus cómplices «moderados» arrancaban a golpe de tiro en la nuca. Ha ido a cobrar lo que se le adeuda por los servicios prestados a la causa de la secesión, que no es poco.

Lo trágico de esta historia no es la actitud de las CUP, que, a semejanza del escorpión, actúan con arreglo a lo que es propio de su naturaleza. Otro tanto puede decirse del nacionalismo en su conjunto. Lo malo es que las alfombras que ha pisado Otegui en esa cámara, los micrófonos que ha utilizado, el agua que le han servido y las calles por las que ha pasado las pagamos todos a escote con nuestros impuestos, incluidas sus víctimas. Que la Nación, en su caquexia, consiente que ese individuo exhiba impunemente su orgullo por lo perpetrado. Que millones de electores votan a partidos que lo consideran «un hombre de paz». Que el «diario global» de esta España se postra a los pies de otro tipo de su calaña llamado Urrusolo Sistiaga, autor de dieciséis asesinatos, y le otorga honores de portada. Lo malo es que nos hemos rendido.

Viendo a este Otegui triunfal, pasear su chulería, yo me pregunto: ¿Para esto nos jugamos la vida?