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EL PAÍS 21/02/17
FÉLIX DE AZÚA

· Jon Juaristi nos ofrece un descomunal reportaje, un fresco literario de un momento del mundo: el año 1941

En la primavera de 1941 un carguero convertido en rudimentario barco de pasajeros, el Paul Lemerle, juntó en Marsella a cientos de refugiados que temblaban de terror con la Gestapo y la policía francesa pegadas a sus talones. Entre aquella multitud, casi todos judíos, coincidieron varios personajes que ya entonces gozaban de notoriedad, pero luego serían mundialmente famosos. Los tres principales son Victor Serge, André Breton y Claude Lévi-Strauss.

Muy bien, pero ¿cómo era Marsella hace casi ochenta años? ¿Y dónde estaban las letrinas del carguero? ¿Qué comieron en su larga travesía hacia la Martinica? ¿Cómo habían coincidido allí gentes tan dispares? ¿Y con qué visados? Porque Serge era un trotskista que no sólo escapaba de los nazis sino también de los servicios criminales de la URSS. Breton se había distinguido por su intransigencia como capo de los surrealistas parisienses. Lévi-Strauss era entonces un etnólogo que anticipaba el estructuralismo ordenando y vinculando grupos entre los pasajeros.

A todas estas preguntas contesta Jon Juaristi en un descomunal reportaje titulado Los árboles portátiles (Taurus), fresco literario de un momento del mundo, aquel año de 1941, en el que se decidió su futuro. Juaristi juega a los árboles argumentales. Puede comenzar contando quiénes eran los comunistas que perseguían a Victor Serge, pasar luego a la agricultura en Siberia, la vida sexual de los Inuit y la moda de los abrigos de piel de foca, lo que enlaza con uno que se compró Serge. Me lo invento, pero viene a ser así.

Cuando el lector se adapta, como Tarzán, a saltar de rama en rama, se acomoda en el sillón y lee con gran placer una de las mejores prosas que se escriben hoy en España. Y de paso aprende una barbaridad.