ABC-JON JUARISTI

No solamente la izquierda rinde culto a la corrección política

SALÍA, el pasado martes 23 de abril, de mi última clase de la jornada, cuando me encontré, en la plaza de Cervantes de Alcalá de Henares, con algunos amigos de la cosa de la Cultura que mostraron su extrañeza por no haberme visto durante el acto de entrega del premio Cervantes en el Paraninfo de la Universidad, de donde venían. Nadie me invitó, les dije. Ni el Ministerio del ramo, ni, por supuesto, la Universidad de Alcalá, a cuyo claustro pertenezco (soy su más antiguo catedrático de Literatura Española todavía en ejercicio). No me quejaba de ello, pero alguna explicación debía ofrecer de mi ausencia, para que los antedichos amigos no se llevaran la impresión de que había decidido boicotear la ceremonia. En absoluto fue esa mi intención, les aseguré, y menos cuando la premiada de este año es Ida Vitale, una querida y admirada amiga desde hace treinta años. A Ida la conocí en Austin, junto a Enrique Fierro, Ricardo Gullón, Luis Arocena, Stan Zimic, Lily Litvak, Pablo Beltrán de Heredia, Alan Parker y tantos otros inolvidables compañeros, la mayoría de los cuales ya han desaparecido.

Sinceramente, me gustaría pensar que mi Universidad no se olvida de invitarme a este tipo de saraos para ningunearme u ofenderme de modo deliberado, pero resulta difícil no suponerlo así. En 2016, tras la presentación académica del galardonado de ese año, Eduardo Mendoza, el encargado de la laudatio, Félix de Azúa, preguntó a algunas de las autoridades universitarias allí presentes si sabían por qué yo no había asistido. Según Félix, nadie parecía conocerme ni haber oído hablar de mí. Y es raro, porque ese curso impartí religiosamente todas las clases que me correspondieron (de Literatura Española, por cierto). Ni tuve bajas médicas, ni disfruté de estancias en el extranjero ni de año sabático (no he tenido un sabático en mis cuarenta años como profesor universitario). No es que me muera de ganas de que se me invite, y mucho menos pretendería que se me asignara un lugar destacado. Me encanta el gallinero. Pero no puedo sino entender que mi presencia no sería vista con agrado por los convocantes ni en el último rincón del auditorio, junto a la escupidera.

Tampoco se me escapa que algo tiene que ver esta forma de menosprecio tácito con la corrección política, y no sólo con la dominante en la izquierda, sectaria por naturaleza. También se me ha excluido del papeo cervantino desde ministerios del PP a los que critiqué, por ejemplo, no por la concesión del Cervantes a Juan Goytisolo, sino por su sumisión perruna a los insultos del premiado durante la ceremonia de entrega. Insisto en que no me quejo. La Universidad de Alcalá es una buena universidad. No es Oxford (la última valoración que conozco de las universidades españolas la sitúa en décimo lugar, junto a la de Navarra), pero sigue siendo la mejor de la comarca del Henares, y según el ranking citado, la tercera entre las madrileñas.

La derecha, liberal o conservadora, también rinde culto a la corrección política, y no sólo en España. El Gobierno de Theresa May acaba de destituir a Roger Scruton, el filósofo británico más reconocido en el mundo entero, de la comisión gubernamental para la arquitectura y conservación de monumentos, por sus críticas a Soros, a la utilización sectaria del marbete de islamofobia por los integristas musulmanes y al totalitarismo chino. Me temo que algo parecido es lo que nos espera también aquí, gane quien gane hoy las elecciones. Teniendo en cuenta lo que ha sido la campaña electoral, puede adelantarse un juicio sobre el resultado como el de Julián Marías sobre la guerra civil: los que ganen no lo habrán merecido y los que pierdan lo tendrán merecidísimo.