No es de los nuestros

IGNACIO CAMACHO – ABC – 22/01/17

Ignacio Camacho
Ignacio Camacho

· La influencia de Trump obliga al pensamiento liberal a sostener su identidad en un rearme de principios y convicciones.

Más allá de la incertidumbre instalada en las cancillerías occidentales, el liderazgo de Donald Trump plantea a la derecha europea un problema de identidad ideológica y política. La Casa Blanca no es sólo el principal foco de poder del planeta sino el punto de referencia del código occidental de valores; su conquista por un advenedizo populista obliga al pensamiento liberal a un rearme de principios y de convicciones. Un debate en el que no basta con los sentimientos de empatía de bando porque las victorias políticas no sirven si no se basan en la hegemonía de las ideas. Y las de Trump no son las del liberalismo humanista, abierto y moderado sino las de un nacionalismo involutivo, proteccionista y mesiánico.

No hay un populismo bueno y otro malo. La estabilidad de las naciones democráticas es incompatible con las corrientes emocionales que explotan la irritación de las clases medias para construir movimientos de caudillaje exaltado. La tentación de simpatizar con Trump sólo porque molesta a la izquierda e impugna su doctrinaria superioridad moral constituye una trampa para el conservadurismo ilustrado.

Esa definición reactiva, basada en la otredad, es propia del revanchismo izquierdista, siempre dispuesto a reagruparse en la oposición a un adversario. Es la base de los pactos de aislamiento al estilo del Tinell, de la política visceral del frentepopulismo sectario. La derecha moderna dispone de la suficiente independencia intelectual para sostener su propio discurso como base de mayorías sociales maduras. Y en ese desafío va el futuro de Europa como comunidad de valores sólidos capaces de trascender la simple unidad de mercado.

El liberalismo tiene que defender su propio modelo al margen de la sentimentalidad populista. Es el camino de Merkel, de Fillon, de Rajoy; de los partidos centristas que no deseen renunciar a un liderazgo integrador y equilibrado. El discurso juramental del nuevo presidente americano está en las antípodas del humanismo democrático.

Su soflama sobre las élites que han secuestrado la política fue un alegato contra la democracia representativa que podría haber escrito Pablo Iglesias; una requisitoria autoritaria de populismo dogmático. El supuesto poder directo de la gente cuestiona dos siglos de constitucionalismo y revoca de hecho el legado de los padres fundadores americanos, que dedicaron toda su lucidez a levantar cortafuegos jurídicos contra el personalismo de dirigentes iluminados.

Esta no es una batalla por el poder sino por los principios. Y Trump no representa los de la derecha liberal sólo porque combata los tópicos progresistas y denuncie sus fracasos. Va a ser un esfuerzo pedagógico difícil aunque imprescindible para evitar la confusión moral sobre el éxito como único objetivo de la política. Pero mientras no entendamos que Trump no es uno de los nuestros será imposible que entre nosotros nos reconozcamos.

IGNACIO CAMACHO – ABC – 22/01/17