ISABEL SAN SEBASTIÁN

Lo que colocó a ETA contra las cuerdas no fue la unión de los partidos sino la determinación de Aznar

PARECE aceptarse como dogma de fe que para derrotar el intento de golpe sedicioso alentado desde la Generalitat de Cataluña el único requisito indispensable es mantener la unidad de los demócratas. A título probatorio de esta afirmación se cita el caso del terrorismo etarra, presuntamente vencido mediante esa estrategia. Y en aras de conseguir ese bálsamo de fierabrás, se sacrifican los principios y se diluyen las respuestas. Pues bien, ni es cierta la premisa ni tampoco la conclusión. Lo único que ha logrado esa falsa unión de partidos rivales, mucho más preocupados de conservar o incrementar sus votos que de preservar la integridad de España, ha sido descafeinar la política que habría debido hacer el Gobierno y dar alas a los golpistas. Parafraseando a Churchill, queríais unidad a cambio de firmeza y ahora tenéis división e imagen de debilidad. Un terreno de juego perfecto para los separatistas, que ni dudan de la legitimidad de su causa, ni vacilan en romper en dos la sociedad catalana, ni tampoco temen represalia alguna.

Lo que colocó a la banda terrorista contra las cuerdas y habría acabado con su derrota incondicional, de no haberse sentado Zapatero a negociar con ella ignominiosas concesiones, no fue la unidad sino la determinación del Ejecutivo de Aznar. ETA fue infiltrada hasta introducir a un “topo” como conductor del cabecilla Kantauri, perseguida por la Guardia Civil a ambos lados de los Pirineos, privada de oxígeno político y financiero al ser ilegalizada Batasuna junto a los demás tentáculos de la bestia, y desacreditada ante la opinión pública mediante campañas de movilización ciudadana protagonizadas por asociaciones cívicas, como la AVT, fuertemente respaldadas desde los poderes públicos, que llegaron a cambiar radicalmente la percepción de la ciudadanía. La unidad vino después, cuando el PSOE se dio cuenta de que o se unía a ese carro victorioso o se quedaba atrás. Además, aquello nunca pasó de ser un espejismo, toda vez que mientras firmaba el Pacto Por las Libertades y Contra el Terrorismo el partido el puño y la rosa ya lo estaba traicionando en conversaciones secretas destinadas a fraguar el acuerdo que dio en llamarse “de paz”, tramado a espaldas del PP. Hoy sucede lo mismo.

Con el fin de proteger esa sacrosanta unidad de acción, que no deja de ser ficticia, el Gobierno ha renunciado a aplicar en Cataluña el artículo 155 de la Constitución, previsto en nuestro ordenamiento jurídico precisamente para hacer frente a situaciones como la actual. Ha renunciado a hacer valer la Ley de Seguridad Nacional e incluso la de Estabilidad Presupuestaria, pese a la abrumadora acumulación de razones que la gestión de Puigdemont le brindaba. Ha maniatado al Tribunal Constitucional, obligado a dictar sentencias unánimes y por consiguiente aguadas por la necesidad de consenso. ¿Y todo eso para qué? Para ver cómo los secesionistas se ríen de todos nosotros, jaleados por las huestes podemitas, bajo la mirada condescendiente de un Pedro Sánchez equidistante entre defensores de la democracia y golpistas, aferrado a la demagogia hueca del “diálogo” y la “reforma”. O sea, para nada.

Mariano Rajoy está solo, como siempre ha estado. Solo con sus convicciones. Suya es la responsabilidad de actuar, pues suyo es el poder de actuación que le han dado los electores. De su lado están la Ley, la comunidad internacional, los intereses generales, la historia, el sentido común y hasta las encuestas, pese a lo cual dice no querer hacer aquello a lo que está obligado: Honrar el juramento que formuló al aceptar el cargo de presidente. Después, que cada palo aguante su vela.