No habrá final de ETA sin memoria del terrorismo

EDITORIAL EL MUNDO – 23/10/16

· La desaparición de ETA era el objetivo prioritario de la democracia española. No es extraño, por tanto, que el cese definitivo de su actividad armada, anunciado por la banda el 20 de octubre de 2011, fuera recibido con una mezcla de alivio y esperanza. Transcurrido un lustro, cabe reconocer que el avance experimentado es notable. ETA ha dejado de matar y eso ha permitido librar al conjunto de la sociedad española de un yugo criminal que causó más de 800 víctimas mortales y miles de heridos.

Sin embargo, que ETA ya no active coches bomba no significa que haya sido liquidada, ni tampoco que no queden secuelas. Los rescoldos del terrorismo siguen hoy presentes a través de la cobertura social que encuentra la banda –ayer mismo, en Alsasua, un grupo de radicales insultó e increpó a cuatro víctimas de ETA–, y en la incapacidad de la izquierda abertzale no sólo para asumir el daño causado sino para aceptar las reglas del Estado de Derecho.

ETA es hoy una organización en estado comatoso. Su estructura actual se sustenta en apenas una veintena de miembros, con Mikel Irastorza ejerciendo de número uno, con una población reclusa de 291 etarras y con una cúpula sin influencia política ni capacidad de interlocución con los Gobiernos español y francés. La derrota de ETA es incuestionable. Y ello fue posible gracias a la acción del Estado de Derecho, pero también a la dignidad de las víctimas y la inquebrantable determinación del conjunto de la sociedad española. Porque, además del papel de la Justicia, cabe subrayar que la presión policial no se ha atenuado ni desde el cese de ETA, ni después de los sucesivos comunicados de la banda.

De hecho, desde 2011 se han detenido a 141 personas relacionadas con la organización terrorista. Y esta misma semana fueron intervenidas 145 pistolas en Francia. Esta operación es relevante no sólo por el golpe que supone a su arsenal, sino porque, tal como subrayó el ministro del Interior, cortocircuita la «publicidad» de la banda a la hora de escenificar presuntas maniobras de entrega de armamento, tal como ocurrió en el pasado.

Pero, ¿qué queda de ETA cinco años después de su cese? Queda una estructura cadavérica que se niega a entregar las armas, un entorno socialque soslaya el repudio de la violencia y unas formaciones abertzales que, aun habiendo llegado a las instituciones, siguen siendo refractarias a verbalizar una condena rotunda y sin paliativos de la dictadura del terror que representó ETA. El propio Otegi, con el cinismo que le caracteriza, afirmó el jueves que «no era consciente del dolor que provocaba ETA». Sus palabras son un reflejo de la insensibilidad y de la equidistancia que siempre exhibió el brazo político de la banda.

En consecuencia, resulta un imperativo moral insoslayable profundizar en la memoria del terrorismo. Y ello pasa, especialmente, por el establecimiento ante la opinión pública de un relato nítido que distinga con claridad entre víctimas y verdugos. En la historia reciente del País Vasco no existieron dos bandos enfrentados. Lo que hubo es una organización criminal dedicada al asesinato, el secuestro y el chantaje que durante 42 años trató de imponer su visión totalitaria. No basta, por tanto, con que los herederos de Batasuna rehúsen la violencia. Hay que exigirles una condena sin rodeos de ETA y que no legitimen el discurso de quienes generaron tanto dolor.

La brutal agresión perpetrada a dos guardias civiles en Alsasua a manos de medio centenar de matones abertzales refleja que sigue existiendo un clima de aceptación de la violencia. Organizaciones como Covite llevan años denunciando que el País Vasco y Navarra son ollas a presión. Y nuestro periódico ha acreditado estos días el arraigo de costumbres que limitan de facto la actuación de las fuerzas del orden o el rechazo social a los policías y guardias civiles destinados a estos territorios.

No pueden haber atajos en el final definitivo de ETA. Y tampoco es aceptable que, tal como hace Bildu, se invoque un presunto camino hacia la «paz definitiva». Porque no estamos ante el final de una guerra, sino ante los estertores de una camada de alimañas. El camino que queda por recorrer ahora es la disolución de ETA, la deslegitimación del terrorismo y la erradicación completa del odio.

EDITORIAL EL MUNDO – 23/10/16