«No he escrito ‘Patria’ para servir a ningún partido»

EL MUNDO 01/05/17
ENTREVISTA FERNANDO ARAMBURU

· El escritor Fernando Aramburu recorre para EL MUNDO su ciudad, San Sebastián, la más golpeada por el terrorismo de ETA con 94 asesinatos, y señala algunos de los escenarios principales de ‘Patria’, la novela del año, en la que ha sintetizado casi medio siglo de terrorismo desde la realidad de un pueblo (casi) imaginario donde de un modo u otro todos los personajes son víctimas del zarpazo de la violencia.

En esta ciudad pescaba, salía a pajaritear por La Concha con los otros chicos, besó a una muchacha por primera vez, integró las filas de un grupo de vanguardia y conoció la insidia criminal del terrorismo, pero bordeó aquella algarada untada en sangre recalando fuera de España con el alma milagrosamente ilesa. En esta ciudad escribió poemas, pintó con brocha gorda dos de las piezas de El peine del viento como desafío y se llevó algunos porrazos de la policía del franquismo. En esta ciudad hay mar. De esta ciudad salió en 1985 por asfixia después de ver cómo portaban el ataúd con el cadáver del socialista Enrique Casas, asesinado por ETA en 1984. De esta forma tropezó por primera vez con la maldad como injusticia, como fanatismo. Y desde entonces, espantado, no ha hecho sino abrazarse a la zarza ardiente del rechazo a todo aquello. «En ese momento supe que algún día tendría que escribir sobre esto». Fernando Aramburu.

Al decir «esto» se refiere al terrorismo. El que hizo del País Vasco y de España una fosa séptica de crímenes, delaciones, guerra sucia, chantajes, extorsión, silencio y miedo. Primero exploró aquel mundo en un volumen de cuentos, Los peces de la amargura (2006), luego en un libro sobre la memoria, la infancia desconcertada y los años de formación de ETA, Años lentos (2012). Pero ha sido ahora cuando ha golpeado con un novelón que atomiza en nueve personajes la complejidad y la avería que el terrorismo propicia, desde lo más íntimo a lo público. Patria se titula la historia. La publicó Tusquets. Y ya va rozando las 20 ediciones. Premio de la Crítica. Premio Francisco Umbral de Novela (que recibirá el próximo día 8 de mayo en Madrid). 646 páginas en las que se concreta el mundo. El mundo a golpes de la violencia que todo lo hace saltar por los aires: la familia, la amistad, las lealtades, la esperanza, la vida.

Fernando Aramburu nació el mismo año en que se fundó ETA. 1959. Fernando Aramburu es de San Sebastián. Fernando Aramburu ha situado en su ciudad parte de la novela y, sobre todo, en un pueblo que podría ser más Hernani que Rentería. Que podría ser cualquier pueblo vasco. Que podría figurar en una antología de heridas aún por cauterizar.

Con él paseamos por algunos escenarios principales de Patria durante casi un día. Patria es un artefacto literario de técnica abrumadora y de realidad hiriente. La experiencia de dos familias que crecieron en la amistad y degeneraron hasta el odio y el dolor. Ambas devastadas por el terrorismo: una del lado abertzale, la otra del de las víctimas. Y ahí sucede todo: unos buscan legitimidad para justificar tanto desastre, los otros exigen que se les pida perdón. Aramburu trazó el cuerpo de esta novela como un geógrafo: todo estaba perfectamente señalado en un mapa a seguir. Todo menos el daño que en alguna ocasión le provocó la escritura.

Aramburu está sentado en el ventanal de la cafetería Europa. El mismo lugar donde Bittori, una de las protagonistas, viuda del Txato, se sienta con sus hijos y al rato queda sola y piensa hacia atrás en sus cosas. En la vida quebrada. En la normalidad sin cumplir.

– ¿La paz era esto?
– No, no puede ser esto. Me gustaría que la paz la certificaran las víctimas. Ahora se ha delegado en el tiempo la cura paulatina de todo lo generado por ETA. Pero eso no puede durar demasiado tiempo. Creo que hay gente con buena voluntad en la gestión pública, aunque hasta ahora se ha aceptado un cierto pacto de amnesia sobre lo que sucedió. Se dan pasos, pequeños gestos en dirección a la paz, pero nada aún que nos haga creer que está lograda.

– Se ha aceptado la expresión proceso de paz.
– A mí no me gusta. La palabra proceso es un concepto de la izquierda abertzale.

– ¿Y el desarme?
– Y qué sabemos en verdad de eso. Que haya desarme, si es que lo hay por entero, tan sólo es un paso. Aunque no debemos menospreciar los contenidos simbólicos de algunos gestos.


· Patria arranca con el anuncio de alto el fuego de ETA: 20 de octubre de 2011. Fernando Aramburu vive desde hace más de 30 años en Hannover. Marchó cuando conoció a su mujer, sin hablar alemán. «Sólo quería salir de aquí. A donde fuese. Y por azar fue Alemania», dice.

– ¿Escribir sobre el terrorismo sin los terroristas en acción es más fácil?
– Para qué negar que si ETA estuviese en activo no podríamos estar paseando como lo hacemos ahora por San Sebastián. Pero de quien quiero hablar es de las víctimas. Mi temor cuando publiqué Patria es que una sola línea pudiera ofender a una víctima. Sería para mí insoportable. Ellos son los protagonistas. Por eso no me gusta cuando la política se apropia indebidamente de la novela. No puede convertirse en publicidad para el programa electoral de ningún partido. No debe ser usada con propósitos ideológicos.

– ¿Qué relación tiene con el nacionalismo?
– Ninguna. Pero hay muchos tipos de nacionalismo, aunque no me siento implicado en ninguno. No vivo la pasión colectiva por las banderas ni por las fronteras. Pero tampoco soy antinacionalista en el sentido de vincularme a movimientos contrarios. Sin el terrorismo que padecimos en el País Vasco es probable que hubiese escrito novelas sobre mi ciudad alemana. Pero me he sentido interpelado y agredido por la violencia.

Apura el café. Mira hacia la calle. Lleva en lo alto del cráneo una gorra. La barba blanca de ballenero o marxista redimido. Las gafas sin montura. Los ojos fijos en algo. Siempre fijos en algo. «San Sebastián es una ciudad liberal, mal vista por algunas gentes vinculadas al entorno terrorista, quizá por eso ha sido tan castigada. Aquí hubo 94 asesinatos», exclama. Lo dice mientras dejamos atrás la cafetería. Próxima parada: la catedral.

El nacionalismo abertzale ondea una beatería racial, una contradicción de conceptos que se blanquea también en la mística. Una parte de la iglesia vasca amparó moralmente, justificó y dio cobertura a los abertzales. «Leí que el 70% del clero vasco es nacionalista. Pero también los hubo que se jugaron la vida, que recibieron amenazas», dice Aramburu. En la fachada principal de la catedral se detiene y mira a lo alto. Aquí oficiaba el obispo José María Setién, que se negó a dar una misa por Enrique Casas. «Esto es un pastiche, un Disneyworld», dice el autor observando la piedra sucia del templo. A Patria tampoco le falta su cura de pueblo, don Serapio, un tipo ladino capaz de entender evangélicamente la violencia. De aceptar la mística de las parabellum. «Entre todos los muertos de ETA no hay un cura, fíjate… Cuentan que en los bajos de la catedral alguna vez se escondieron pancartas y demás parafernalia de las manifestaciones proterroristas en el casco viejo».

Un muchacho se acerca a Aramburu: «Oye, buenísima la novela». El escritor estrecha la mano y sonríe. «Esto a mí no me había pasado nunca. En algunas presentaciones de la novela se me han presentado familiares de víctimas de ETA a darme las gracias por contar lo que cuento en Patria. Eso sí me emociona». Este hombre tiene por momentos algo de individuo amurallado. En otras ocasiones exhibe una ráfaga de ser reconcentrado. Y, a ratos, una ironía inesperada que también está en su literatura: «Rechazo de lleno la solemnidad. A mí no me interesa. Estoy muy a favor de la ironía activa», sentencia. Vamos camino del número 13 de la calle San Martín, al portal en el que dos pistoleros de la banda asesinaron al abogado Fernando Múgica, militante histórico del PSOE. «Mira qué limpio de huellas todo, de recuerdos. No existe una sola referencia a lo ocurrido. Es algo que se ha impuesto en esta ciudad: parece que nunca sucedió nada… El vínculo de mi literatura con quienes han sufrido la violencia es continuo. En todos los frentes. En Patria también está señalada la tortura que ejercieron los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado en tantas comisarías y cuarteles. Otra forma de violencia. Aunque el dolor de una víctima no justifica ni alivia el de otra».

Observado a lo lejos, ahora que se adelanta por la acera en dirección a la Plaza de Guipúzcoa, Aramburu tiene un leve contorno de pastor protestante. Una escena de la novela sucede aquí. La de una castañera a la que compra un cucurucho el hijo del Txato (asesinado por un chico de ETA, hijo de sus íntimos amigos). Toma una, está muy buena, tanto que tira el resto a una papelera. «No se quería permitir el placer, ningún placer, ni el más sencillo», explica Aramburu. «En ese momento tuve que dejar de describir. Estaba cerca de llorar. Sé que sólo manejo palabras, pero la cabeza nunca deja de funcionar y se me vinieron demasiados gestos, hechos, momentos dolorosos de esa gente».

De la Plaza de Guipúzcoa salimos con cierto caminar de buey. Despacio. Enfilamos el Bulevar. «Aquí se hicieron muchas manifestaciones abertzales y sucedió el más atroz de los atentados en la ciudad, el que mató al gobernador militar de Guipúzcoa, su mujer y uno de sus hijos, y a una ciudadana portuguesa. Dejó también 14 heridos. Otra salvajada. Tampoco verás una placa que recuerde aquello… Lo que sí continúa es el proyecto de independencia. ETA fue una estrategia de ese proyecto. Y falló. Pero el camino no ha terminado».

Por el Casco Viejo, Fernando Aramburu señala el bar La Cepa, donde cayó de un balazo en la nuca Gregorio Ordóñez. «San Sebastián es esto también, por donde pases hay un rastro de muerte. Pero lo hemos blanqueado en beneficio del escenario perfecto, de la amabilidad, de los surferos. Y a la vez entiendo que tras una época de conflicto suele ser necesario que los ciudadanos miren hacia delante. Quizá para preguntarse en algún momento por el pasado». Un descanso. Un zurito. Unos pintxos.

– ¿Tenía que ser la literatura la vía para concretar el retrato social de aquellos años?
– No, esa tarea requiere de un trabajo colectivo donde hay historiadores, periodistas, escritores, ciudadanos… Un tipo solo no puede abarcar una realidad tan laberíntica como la de casi medio siglo de terrorismo en el País Vasco. Y Patria tampoco es el retrato definitivo de aquello. Sólo es una novela. Suma, claro, pero no explica el todo. Como tampoco lo hace el discurso político, que en este caso también es insuficiente.

La última parada es en El peine del viento de Chillida. Por el camino, Aramburu ha hecho una cala de admiración alrededor del malogrado poeta canario Félix Francisco Casanova, que falleció a los 19 años. «A mí me parece un genio. Un tipo de una libertad literaria sobrecogedora».

En el pretil que desemboca en la escultura echó Aramburu muchas tardes el anzuelo con lombriz. «Aquí aprendí lo que era la paciencia clavando durante horas la mirada en el corcho. Era un niño muy nervioso, incapaz de centrarme en nada y la pesca ayudó. Como después lo hizo la literatura».

Una ola grande e inesperada cae de lleno sobre Aramburu. Es la venganza de El peine del viento por aquella acción de hace más de 30 años en que pintó de naranja, a 140 pulsaciones por minuto, algunas de las piezas de este conjunto. Era cuando militaba en el movimiento Cloc de Arte y Desarte. Calado de la clavícula al calcañar aún explica que lo próximo en publicar, ya en 2018, será Autobiografía sin mí, un libro de poemas que no son poemas. Algo así como una reconciliación con la poesía. «No incurriré en Patria 2», dice con media sonrisa colgando del labio. Aprieta el abrigo hasta sacar la última gota de mar y confiesa: «Lo siento por mi editor». Puede decirse que después de la avalancha generada por Patria su duda metódica no está en cómo superar el éxito, sino en seguir haciendo de la existencia literatura.