«No satisfaction»

ABC 28/03/16
LUIS VENTOSO

· El Papa, Obama y los Stones ya han pasado. Ahora queda lo de siempre: una dictadura eterna

HOLLAND Park puede ser tranquilamente el parque más bonito de Londres. Por algo Elton John, los inevitables Beckham o Robbie Williams poseen por allí mansiones de precios de ciencia-ficción. La pasada primavera, paseando entre sus rosales en un día azul, venía de frente una familia con porte de alta burguesía: un matrimonio anciano, una guapa rubia en la primera treintena y un sexagenario disfrazado de muchacho joven. Mi mujer, que no es nada mitómana, me comentó sin mayor interés: «Ese que viene ahí creo que es unodeesos que te gustan a ti». El «uno de esos» era Ronnie Wood, el más joven de los Rolling Stones, que solo tiene 68 años. Enjuto pájaro loco de inhiesto pelo negro al farandol, se ocupa de los punteos de guitarra con pasión alta y calidad justa (ay, aquel Mick Taylor de los 70…). Supongo que la chica sería su nueva esposa, y los señores mayores, otros suegros más. Curiosa viñeta de su plácida intimidad de señor inglés.

No es el único Stone que me he topado por la calle. Camino del parque de Battersea para una carrerita me he cruzado por dos veces con Charlie Watts, el batería, que debe de tener dacha por aquellas calles finas de Chelsea. Charlie vestía en ambas ocasiones traje cruzado de raya diplomática. Unido a sus canas patricias y su indiferente caminar, su porte era el de un maduro gentleman. La segunda vez confieso que hice un poco el gañán y a su paso alcé el pulgar a modo de saludofelicitación. Respondió a mi aprecio de fan plasta con un levísimo asentimiento de cabeza.

A Mr. Watts, de 74 abriles, lo que de verdad le gusta es el jazz, y a comienzos de siglo lidió con un cáncer. Pero cada cierto tiempo aparca su terno de ministro tory y se ciñe una camiseta para sacudir las baquetas con los Stones por todo el orbe. Llevan 54 años. ¿Qué anima a unos septuagenarios adinerados a continuar en las tablas con sus himnos de juventud? Existen tres acicates: el poder, es decir, el chute de autoestima de continuar siendo jaleados por las multitudes; más pasta y el hecho de que es su oficio, aquello que saben hacer.

Si los Stones llevan 54 años, los Castro van por 57. Cuando llegaron al poder, en 1959, el Papa era Juan XXIII, Franco inauguraba el Valle de los Caídos, Sukarno instituía su «democracia dirigida» y nacían la muñeca Barbie y la peste etarra. De todo aquello solo quedan dos cosas: los Castro y la Barbie. Al igual que a los Stones, los mueve la adicción al poder y a la aclamación de las masas (en este caso forzada). También el dinero y una tenaz vocación por seguir haciendo lo que mejor saben hacer: subyugar a los cubanos, convertir una isla de inmensas posibilidades en su cortijo-cárcel, con una miseria mediocre, picos de desabastecimiento y el control obsesivo de un Estado policial.

Primero llegó Francisco, el Papa valiente, que por desgracia hizo en Cuba un paréntesis y se olvidó de la opresión y de los oprimidos. Luego aterrizó el gran Barack. Una foto lo resumió todo: el sátrapa Raúl, con su astuta mirada achinada, elevando un brazo medio caído de Obama. Instantes antes, Raúl había proclamado con jeta de hormigón armado que en Cuba no hay ni un preso político. El presidente de la primera democracia fue incapaz de decir ni pío. Al menos, los Stones soltaron en medio de su circo un cauto y dylaniano «los tiempos están cambiando».

Ya se han ido todos y se quedan los de siempre: los cubanos frente a su dictadura familiar, decrépita, pero atosigante. Acabará pronto. Pero no por Francisco, Obama y los Stones. El fin del castrismo vendrá de la rendija por la que va a entrar el capitalismo, y con él, la competencia, el comercio masivo, el legítimo afán de prosperar… La libertad.