Nosotros, los de entonces

ABC 05/12/16
IGNACIO CAMACHO

· A la preclara generación de la nueva política debemos la revelación de haber vivido 38 años en una democracia simulada

MAÑANA cumple 38 años y la llaman vieja; los adanistas nunca perdonarán a la Historia por haber inventado la política antes que ellos. La efeméride, por si a alguien se le ha olvidado, recuerda el día en que la votó (la votamos) una inmensa mayoría de españoles, eso que ahora se conoce como gente y antes era el pueblo soberano. En realidad, la soberanía del pueblo contemporáneo español empezó precisamente aquel día. O al menos eso creíamos que significaba el Artículo 1.2 de la Constitución que, según el relato de los nuevos profetas, fue impuesta por una conspiración de poderes económicos y militares tardofranquistas. Nosotros, los de entonces que diría Neruda, fuimos a votarla convencidos de que se trataba de fundar una democracia; inadvertidos del engaño porque no estaban los politólogos del tele-populismo para explicarnos la verdad revelada.

Gracias a ellos hemos podido saber que España no ha sido en este tiempo una auténtica sociedad democrática. Que los ciudadanos no tenemos derecho a decidir nuestro destino común y vivimos secuestrados por unas élites corruptas que actúan con espíritu de casta. Que las leyes que aprueba el Parlamento están dictadas en despachos de empresarios influyentes capaces de comprar a los políticos y someterlos a su voluntad arbitraria. Que las libertades son un embeleco burgués, un espejismo, un trampantojo destinado a encubrir nuestra triste condición sometida y vigilada. Que llevamos casi cuatro décadas catequizados por un siniestro pensamiento dirigido, como autómatas manejados por un mando a distancia.

Si no fuese por este providencial grupo de videntes que han descifrado las claves del truco, continuaríamos como rehenes de la oligarquía que nos ha convertido en víctimas de esa descomunal patraña. Seríamos, como hasta hace bien poco, anónimos figurantes de una representación destinada a ocultar que habitamos entre los barrotes de una jaula. Cautivos que se creen libres; la genuina expresión de una farsa.

Nada de esto sabíamos en el 78, subyugados tras la larga dictadura por el ruido de una alegre fanfarria que confundimos con el clamor de un pueblo en marcha. Cuando, presos de una ansiedad inocente, nos dejamos deslumbrar por las baratijas de la reconciliación, el consenso, las libertades civiles y políticas, los partidos, la integración europea y demás zarandajas. Mitos propios de sociedades inmaduras, mentalmente castradas por su educación autoritaria.

Por fortuna, en los últimos años ha surgido para abrirnos los ojos una generación preclara. Descontaminada del miedo y los prejuicios que nos llevaron a aceptar nuestra propia sumisión encadenada. Y ahora estamos en posición de calibrar, arrepentidos, el gran error de aquella época nefasta. De renunciar a celebraciones espurias de un régimen caduco y rebelarnos para destruir los candados que aherrojan la suerte de esta nación estafada.