JORGE BUSTOS-EL MUNDO

Y si la política no fuera ya sino una rama de la industria del entretenimiento. Y si el votante primermundista solo ansiara divertirse como se divertían en Weimar, cuando nuestros bisabuelos se liberaron de esos corsés parlamentarios llamados partidos. Y si el consenso ya aburre a las ovejas con derecho a voto que sienten envidia de las cabras montesas. Y si el estrés, la ansiedad y la depresión explicaran hoy el voto mejor que el paro, la educación o las pensiones. Si es así, si el cerebro del animal humano no puede soportar más de tres generaciones de paz tediosa, entonces habremos de repetir la primera mitad del siglo XX, bajo cuya lluvia de metralla resultaba imposible aburrirse. El estallido de la Gran Guerra sorprendió a Durkheim en Francia: allí constató que los psiquiátricos se vaciaban a la misma velocidad con que el ardor guerrero incendiaba los corazones de los franceses. Estamos hechos para pelear, portamos la agresividad como un estúpido apéndice que el progreso ha hecho inservible pero que nos duele como un miembro fantasma. Cuando no peleamos nos ponemos tristes, apáticos o furiosos. Y cuando algún demagogo rescata el lenguaje de la tribu llamando a la batalla contra el enemigo, por muy abstracto que el enemigo sea, no podemos evitar erguir nuestras peludas orejas de mono y escuchar hipnotizados.

Esos hombres fuertes nos dicen que ya hemos alcanzado el máximo de futuro que podemos tolerar. Que es hora de volver al confort del pasado aunque ese pasado sea un mito, un recuerdo inducido políticamente. Desde el Renacimiento el individuo ha ido emancipándose de su familia, su nación, su raza, su credo y hasta su sexo; terminó matando a Dios y mirad adonde nos ha llevado aquel deicidio: al suicidio como primera causa de muerte violenta en Occidente. La democracia liberal es insatisfactoria, pero el odio cura la depresión. El gregarismo narcotiza la conciencia. La libertad es un lujo para los pocos que pueden asumir la intransferible responsabilidad de sus errores.

El populismo autoritario alivia la llaga del resentido, rejuvenece al nostálgico y entretiene al hastiado. «No nos representarán hasta que no se ataquen como nos gusta». El más agresivo gana. En España la especialidad de la casa siempre fue la guerra civil; por eso Sánchez y Abascal y sus respectivos hinchas goyescos están quemando toda extensión de tierra entre ambos. Porque el centro jode el espectáculo. Su cainismo reventará de gozo en 2023, cuando a la izquierda de Sánchez resurja otro Iglesias y a la derecha de Abascal un caudillo aún más puro que le acuse de traicionar el evangelio de la España viva. Ahí empezará la diversión. Y jugando, celebraremos el centenario de la Guerra Civil con la II Guerra Civil. Que tanto divierte a los gilipollas que no la han vivido.