Noviembre, mes de difuntos

EL MUNDO 21/11/16
SANTIAGO GONZÁLEZ

UNA TRADICIÓN mariana hizo de mayo el mes de las flores en general, (con flores a porfía) y de noviembre el mes de los crisantemos, el de los fieles difuntos: «Y la muerte española, más ácida y aguda que otras muertes,/ llenaba los campos, hasta entonces honrados por el trigo», escribió Neruda a las brigadas internacionales y Federico, ¿te acuerdas?, acuñó una insuperable metáfora sobre el mes de los muertos en su Romancero gitano: «Los relojes se pararon/ y el coñac de las botellas/ se disfrazó de noviembre/ para no infundir sospechas».

Tenemos el calendario abarrotado: ayer se cumplían 41 años de la muerte de Franco por causas más o menos naturales, 80 del fusilamiento de Primo de Rivera en la cárcel de Alicante y de la muerte de Durruti, cuando se le disparó el fusil al golpear la culata contra el estribo del coche, durante una discusión. Los testigos se conjuraron para decir que fue un hecho de guerra, un tiro en el frente, cláusula de estilo de la izquierda: Bertolucci lo llevó al límite en La estrategia de la araña, brillante adaptación del tema borgiano del traidor y el héroe.

Noviembre es el mes de Paracuellos, esa verdad incómoda que tan bien ha tratado Julius Ruiz: entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre se produjeron las sacas, los asesinatos de unos 2.500 presos franquistas de las cárceles madrileñas. Prácticamente todas fueron autorizadas por Segundo Serrano Poncela, delegado de Orden Público en la Junta de Defensa a las órdenes de Carrillo. Este tipo era «la mejor historiografía y literatura de la Guerra Civil» para inspirar el relato de la lucha contra el fascismo, en opinión de Pablo Iglesias. No es de extrañar que este chisgarabís haya pervertido lo que debió ser la función de la democracia: hacer de las fosas tumbas, no trincheras y haya vuelto a incurrir en el lenguaje del enemigo y las trincheras.

Una de las últimas sacas autorizadas por Serrano fue la del 27 de noviembre, en la que fue asesinado Pedro Muñoz Seca. «Sírvase poner en libertad a los presos que se mencionan», decía la orden antes de la firma. Serrano, ya en el exilio tenía a sus órdenes en la Universidad de San Juan de Puerto Rico a Zenobia Camprubí, esposa de Juan Ramón Jiménez, que se negó a saludarlo: «Yo no me he exiliado para darle la mano a un asesino».

Sostenía Julián Marías que en los años 40 los españoles no tenían nostalgia de la república, idea que apuntala en sus memorias. No es casual que las vocaciones republicanas y los más radicales ardores antifranquistas tengan un carácter sobrevenido en la generación nacida después de aquel 20 de noviembre.

Los fanáticos de la memoria le quieren quitar la calle al gran escultor Pablo Serrano. ¿Por qué no rebautizar la Castellana como Avenida de Agapito García Atadell, que intentó escapar en noviembre del 36? La calle de Fomento podría pasar a llamarse de la Checa de Fomento y la Glorieta de Embajadores, que tiene nombre de casta, Glorieta de las Brigadas del Amanecer.

También hemos celebrado un aniversario no luctuoso, el sábado se cumplieron 83 años de la primera vez que votaron las mujeres, el gran empeño de Clara Campoamor, aunque Pablo Iglesias le atribuye el mérito ex aequo a la señora de su abuelo, Margarita Nelken, lo más sectario que dio el bando republicano, cómplice de los asesinatos de Paracuellos, que contribuyó a ocultar con sus contactos internacionales. Ella y Victoria Kent combatieron a Campoamor, precisamente por lo que Clara Campoamor dejó escrito en uno de sus libros memorialistas: El voto femenino y yo: mi pecado mortal.