Ignacio Camacho- ABC

Siempre que alguien sacude# un nogal de reclamaciones soberanistas, allí está el PNV con el capacho bajo el árbol

Que no se exceda el Gobierno, dicen los gerifaltes del PNV, sabedores de que tienen la legislatura agarrada por el mango de sus cinco diputados. Que no aplique el Artículo 155 ni se atreva a requisar las urnas, ni se le vaya a ir la mano ante un referéndum de autodeterminación que el mismísimo Ibarretexe no se atrevió a convocar en sus días más arriscados. No les parece un exceso la consulta ilegal, ni la aclamación popular a Otegi, ni el proyecto de secesión unilateral, ni el golpe institucional de ribetes bolivarianos; la cuestión que preocupa a los nacionalistas vascos es la respuesta del Estado democrático. Teniendo socios de esta índole para qué necesitará Rajoy adversarios.

La posición de los peneuvistas es esencial en este mandato. Pueden volcar el equilibrio de fuerzas en una moción de censura o vetar el Presupuesto de 2018 y conducir la gobernación del país al colapso. La deriva de ruptura en Cataluña no les agrada porque los sitúa a ellos en una situación incómoda ante sus votantes más exaltados; les estropea la estrategia y les altera el calendario pero al mismo tiempo les conviene que la crisis abra un replanteamiento del modelo territorial del Estado. El lendakari Urkullu ha emprendido una vía moderada, aunque dice sobre la independencia las mismas cosas que Artur Mas escribía hace quince años; su pragmatismo es meramente táctico. Los jeltzales nunca han destacado por su lealtad a la nación española -¿hace falta recordar precedentes?- ni por otro compromiso que no sea el que les permita avanzar hacia un proyecto confederado. Su discrepancia con los soberanistas catalanes es de forma y de oportunidad, no de principios ni de objetivos; son parientes políticos cercanos. Intuyen que de algún modo el conflicto les puede acabar beneficiando: cada vez que alguien sacude un nogal ellos acuden prestos a recoger las nueces en su capacho.

Esta advertencia, que en realidad constituye una amenaza, deja al marianismo aislado. El consenso del PSOE es retórico, a regañadientes y de alcance más que limitado; al presidente no le queda más muleta de apoyo -y bastante inestable- que la de Ciudadanos. Si ya de por sí tiende a ser renuente a medidas de riesgo, el apercibimiento nacionalista le va a volver aún más cauto; puede escudarse en que no resulta viable ejercer la autoridad sin respaldo parlamentario. Va a tener que afrontar estas semanas críticas emparedado entre recelos de ambos bandos; con sus votantes reclamando firmeza, con sus teóricos aliados mirándole de reojo y con los separatistas envalentonados.

 

Quizá en un hombre de otro carácter podría esperarse un gesto de audacia: que tomase decisiones de filo y a continuación convocase a las urnas para refrendar -o no- su liderazgo. Hipótesis altamente improbable en un capitán de barco que si algo ha demostrado es su propensión a sortear las tempestades a base de navegar al pairo.