El Correo-LUIS HARANBURU ALTUNA

 

El año 1676 Isaac Newton escribió que si él había «visto más lejos que los demás era porque se había alzado sobre los hombros de los gigantes» que le precedieron. Newton expresaba así su humilde e inteligente concepción de lo que es la sabiduría. El verdadero sabio no oculta sus fuentes ni niega ser deudor de sus predecesores. Desgraciadamente nuestras élites políticas no piensan como Newton y pretenden ser los adanes en todos los saberes y en todas las tareas. El escándalo ofrecido por algunos de nuestros políticos, que se han visto salpicados por acusaciones de plagio y ocultación de fuentes al obtener sus títulos universitarios, expresa la verdadera cara de nuestras élites políticas que no dudan en rellenar con falsos oropeles sus desnutridos curriculum.

El más reciente es el que atañe al doctorado ‘cum laude’ obtenido por nuestro presidente en circunstancias azarosas, que la oposición no ha dejado de sacar a luz. Llama la atención el hecho de que el doctor Sánchez tuviera encerrada bajo siete llaves su magistral tesis que obtuvo el ‘summun cum laude’. No se acaba de entender la pretensión de que tanta sabiduría se hurtara al conocimiento del orbe académico. La mejor bandera de la socialdemocracia es la redistribución de la riqueza sea esta material o espiritual y, sin embargo, el líder de la socialdemocracia española pretendió hurtar durante años su sabia investigación al resto de los mortales. ¿Dónde queda el principio de la generosa redistribución? ¿Es que acaso el nuevo doctor pretendía no haberse alzado sobre los hombros de otros gigantes como él? No sé lo que Newton hubiera pensado de nuestro presidente, pero a buen seguro que no hubiera compartido el proceder del doctor Sánchez.

Lo obsceno, en su vieja acepción griega, significa lo que está fuera de la escena. La obscenidad de nuestras élites reside en el desenfoque de los asuntos que de verdad preocupan en la escena política donde la ciudadanía se juega su apurada vida. La peor obscenidad consiste en desenfocar la escena donde los auténticos problemas se desarrollan para poner los focos en las miserias personales de nuestras élites. En este preciso momento España tiene el problemón de la insurgencia nacionalista en Cataluña y tiene, también, el escándalo del paro juvenil y su desmesurada deuda pública que hipoteca el bienestar de las futuras generaciones. Estos tres problemas, sin embargo, se hallan desenfocados mientras nuestras élites políticas solo parecen preocupadas por el próximo telediario. Para desenfocar el asunto de la precaria gobernanza de su gobierno, al presidente Sánchez se le acaba de ocurrir la propuesta de una reforma constitucional, hoy por hoy imposible debido a la aritmética parlamentaria. ¿Cuál será su próximo avatar?

Pero la obscenidad observable en el ámbito de la política española no es ajena a nuestras élites domésticas, que son también virtuosos en el arte de enfocar los problemas según sus intereses personales o corporativos. Ya nadie es capaz de afirmar, sin provocar la general hilaridad, aquello de que los políticos deben procurar la felicidad de sus conciudadanos. Eso, al menos, afirmaron hombres justos y sabios como Spinoza, Paine o Jefferson. La política debe crear el marco que posibilite el que cada cual se construya su felicidad personal. Para nuestras élites políticas, sin embargo, la felicidad de los vascos reside en el cumplimiento de nuestro sino inexorable que nos conduce a la independencia. Sin total soberanía no cabe la felicidad de los vascos y por ello financian campañas y aprueban proyectos de construcción nacional, a pesar de que tan solo una minoría decreciente aspire a la separación de España.

El País Vasco tiene problemas de gran entidad que sí preocupan a sus ciudadanos. Mencionaré solo tres. El primero de ellos es la fatal pirámide demográfica que nos conduce directamente a la inanición como sociedad. En segundo lugar cabe reseñar el paro juvenil que implica el fracaso existencial de infinidad de jóvenes. Y en tercer lugar, pero no en última instancia, la sociedad vasca no acaba asumir su deplorable y reciente pasado donde una parte del nacionalismo ha asesinado y excluido a los ciudadanos que no comulgaban con sus dogmas reaccionarios y excluyentes. La pervivencia de este último problema nos la ofrece el hecho de que el PNV haya acordado con EH-Bildu las ideas rectoras del próximo Estatuto. Ideas que estuvieron en el origen de cinco décadas de terrorismo político.

Frente a esta breve antología de problemas, nuestras élites políticas se ocupan de organizar seminarios sobre la buena gobernanza, la implementación de políticas participativas o sofisticadas perspectivas de género, eludiendo encarar los auténticos problemas. Nuestras élites, pegadas a los pechos del presupuesto público, se reproducen de manera endogámica sin importarles el interés general y encima se quejan del desapego de los ciudadanos por la política. Pienso que a las élites extractivas a las que un día se refirieron los economistas Daron Acemoglu y James A. Robinson conviene, también, el calificativo de obscenas.